Entrevista con Agustín Fernández Mallo
Sumario:
La realidad y el arquetipo (vectorial) Supe por primera vez de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) cuando, en los tiempos en que yo aún era residente en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, Maite Pacheco, compañera radiofísica, me pasó su primer libro, Nocilla dream (Candaya, 2006). Se trata de un libro fascinante que inaugura […]
La realidad y el arquetipo (vectorial)
Supe por primera vez de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) cuando, en los tiempos en que yo aún era residente en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, Maite Pacheco, compañera radiofísica, me pasó su primer libro, Nocilla dream (Candaya, 2006). Se trata de un libro fascinante que inaugura una trilogía que incluye Nocilla experience (Alfaguara, 2008) y que termina con Nocilla lab (Alfaguara, 2009) y que ha servido a la prensa cultural para dar nombre a toda una generación de escritores la Generación Nocilla (también Afterpop). Ni que decir tiene que le estoy profundamente agradecido por el descubrimiento.
La obra de Agustín Fernández Mallo ha sido calificada por la crítica como una regeneración de la narrativa en castellano pero no se reduce a la narrativa y abarca también la poesía y el ensayo. Entre sus libros de poesía se encuentran, entre otros, Carne de píxel (DVD ediciones, 2008) que fue galardonado con el Premio Ciudad de Burgos de Poesía 2008 y Atibiótico (Visor, 2012). Postpoesía, hacia un nuevo paradigma (Anagrama, 2009) ha sido finalista del Premio de Ensayo Anagrama. Sus textos de creación han aparecido en los medios más importantes de prensa en español, y también en revistas especializadas. Mantiene, junto con Eloy Fernández Porta, el dúo de spoken word llamado Afterpop, Fernández&Fernández. Con Juan Feliu forma el dúo musical Frida Laponia, que en 2012 grabó el CD Pacas go downtown. Fernández Mallo también ha filmado una serie de cortometrajes (entre 2 y 9 minutos) que se pueden descargar desde su blog: el hombre que salió de la tarta. Ha sido, además, incluido como autor destacado en la antología de Christine Henseler Spanish fiction in the digital age (Palgrave Macmillan, 2011).
Agustín Fernández Mallo es físico y ha trabajado durante años como radiofísico en el Hospital Son Dureta de Palma de Mallorca. Con motivo de la publicación de su último libro, Limbo (Alfaguara, 2014), contactamos con él y tuvo a bien regalarnos esta inspiradora entrevista en la que habla de su obra, de la relación entre el arte y la ciencia y de mil cosas más, y que, sin más preámbulos, les invito a disfrutar a continuación.
P: Limbo arranca con una introducción en la que retratas al físico alemán Werner Heisenberg. Explicas su formulación de la mecánica cuántica, su solución al problema de la emisión en las transiciones electrónicas, y lo haces de modo que impregna el resto del libro. Puede decirse que Heisenberg introduce el limbo en la ciencia, corto-pego de la wikipedia: “En vez de concentrarse en la evolución de los sistemas físicos de principio a fin, (Heisenberg) concentra sus esfuerzos en obtener información sabiendo el estado inicial y final del sistema, sin preocuparse demasiado por conocer en forma precisa lo ocurrido en el medio.” Esa renuncia a conocer qué pasó en medio es también la aceptación de la existencia de una parte de la realidad que queda en tierra de nadie. Corrígeme si me equivoco, pero me da la impresión de que Limbo transcurre en ese territorio entre estados. El libro está plagado de otras muchas referencias a la física, no es ésta la única. Aparecen: una cadena de supermercados con el nombre de Einstein, los fenómenos capilaridad en los terrones de azúcar, el ruido cuántico… ¿En qué modo influye tu formación como físico en tu obra? Más allá de que puedas utilizar en un momento dado situaciones históricas o conceptos que pertenecen al ámbito de la ciencia, ¿planteas la estructura de tus libros en base a algún patrón físico/matemático?, ¿existe una ecuación del relato?.
R: Tal como dices, en Limbo aparece esa zona de exclusión de la aparente realidad, necesaria para Heisenberg cuando en su día enunció la mecánica cuántica tal como la conocemos –historia, por cierto, contada en todos los libros de manera tremendamente épica y con tintes sublimes-, y sí, esa zona que Heinsenberg excluye, esa zona “intermedia” entre los puntos iniciales y finales de los procesos, la uso en mi novela como símil de los lugares que explora Limbo, espacios de realidad por determinar, que es donde se mueven los personajes. Son personajes que tiene una mirada extrañada o ligeramente desenfocada respecto al mundo, pero precisamente para ver mejor: el mundo se les presenta sutilmente ajeno y eso les lleva a toda clase de preguntas, tanto de lo externo como de su subjetividad. Creo que, en general, esa es, en origen, la actitud del poeta y también del científico: ver la realidad con ojos parcialmente alterados para hacerse preguntas, mirar la realidad como si fueras un extraterrestre recién aterrizado en la Tierra y te señalaran cualquier cosa y te dijeran, “explícame qué es eso”; seguramente el extraterrestre haría teorías muy peculiares de cosas que para nosotros, por comunes, ya son obvias. Y en realidad eso es lo que hacen los científicos y los poetas ante los fenómenos naturales, sólo que cada uno con sus técnicas y respectivos lenguajes. Pero volviendo a Heisenberg en Limbo, lo utilizo como símil, o si quieres como una metáfora inicial, no como una explicación de mecanismo alguno narrativo ni, por supuesto, una explicación de la “trama” de la novela -de hecho esa cosa que se da en llamar “trama de una novela” es lo que menos suele interesarme de la narrativa en general-. Lo que me atrae de la física para su uso en la narrativa o en el ensayo o en la poesía no es su capacidad de explicación de argumentos –como sí hace la ciencia ficción o las novelas policíacas-, sino algo bien distinto: su capacidad para generar metáforas por sí misma. Siempre he percibido en las ciencias una belleza interna, lo que equivale a decir una estética. En mi opinión, la realidad no es algo que está ahí afuera esperándonos, sino que es una construcción, un pacto de realidad que las diferentes sociedades y culturas nos damos para poder explicar lo que no entendemos, de modo que, en último extremo, la realidad es una metáfora, y eso, además de a una pragmática, necesariamente ha de estar sujeto a una estética. Creo que la ciencia no sólo es una gran metáfora sino que puede generar otras en campos fuera de su ámbito de aplicación natural, por ejemplo la narrativa o la poesía. Quiero decir con esto que en una novela no me interesa, por ejemplo, la mecánica cuántica como explicación del relato, pero sí locuciones como “nube de probabilidad”, o en el terreno de la Relatividad, “horizonte de sucesos”, que creo que en sí mismas son altamente metafóricas, bellas y estéticas, y que extraídas de su ámbito natural e insertadas en un poema o una novela aportan un nuevo sentido a lo ya escrito, crean una atmósfera que lo cambia todo además de cambiar ellas mismas; una especie de realimentación entre los textos. Es de este modo como utilizo la ciencia en mis textos. Eso sí, cuando escribo, no pienso en nada de esto, ni seguramente en nada de lo que te responda a lo largo de esta entrevista, esto sólo son explicaciones a posteriori; cuando escribo me muevo por impulsos netamente poéticos, conexiones analógicas que van muy rápidamente, pensamiento analógico –que dicho sea de paso es la base general de la metáfora-, todo sale muy rápidamente, no planeo nada de lo que voy a escribir, el relato se va haciendo de manera orgánica, das saltos y no sabes por qué los das, y esos son los verdaderos hallazgos, de lo contrario me aburriría, preparar mucho las cosas las desactiva pues no de deja espacio para la improvisación y la búsqueda del azar, cuando escribo estoy todo el día en “estado de azar”, atento a las epifanías de las pequeñas cosas que hay en la cotidianidad, que van armando el relato.
P: Muchas de tus historias plantean una especie de ciencia ficción hiperrealista, en el sentido de que exploran la realidad con un fuerte contenido de conceptos e ideas extraídos del ámbito científico. ¿Te interesa la literatura de ciencia ficción?
R: Bueno, empezando por el final, no, no me interesa la literatura de ciencia ficción, o por lo menos no me interesa especialmente por lo que tenga de ciencia, que casi siempre suelen ser cosas muy mal construidas -¿no te has fijado que en la ciencia ficción siempre que quieren explicar algún fenómeno raro dicen que son campos magnéticos?, como si el electromagnetismo lo explicara todo-. Como he comentado antes, me interesa la ciencia en la literatura como generadora en sí misma de metáforas, ideas, posibilidades, no tramas o argumentos. Por ejemplo, en un clásico de la ciencia ficción, 2001 una odisea del espacio, el momento más brutal para mí es cuando un mono lanza al aire un hueso y ese hueso se convierte en una nave espacial, en esa elipsis narrativa –quizá la más larga y audaz de la historia del cine- se cifra toda una visión antropológica, científica y tecnológica de lo que somos. A este tipo de cosas me refiero. Por otra parte, respecto a las relaciones entre la ciencia y la ciencia ficción hay algo que me parece fundamental, y que conviene señalar: las sociedades antiguas, sobre todo las premodernas, depositaban todas sus esperanzas en los mitos y leyendas, en relatos fantásticos. Ese testigo, posteriormente, en las sociedades modernas (del siglo 19 hasta la Segunda Guerra Mundial) fue muy bien recogido, captado y canalizado por la ciencia ficción. Después, desde la posmodernidad hasta hoy en día, esa expresión de diferentes anhelos humanos claramente se ha desplazado a la ciencia real. No hay publicación generalista o revista o programa de tv que no incorpore la ciencia como relato de un “futuro mejor”, como una expresión utópica –sobre todo en lo que se refiere a las ciencias de la salud y la eterna juventud, pero también en todo lo relativo a la cosmología-. En resumen, este desplazamiento del mito premoderno y moderno a la ciencia hoy, me parece un cambio que desde el punto de vista antropológico es de primera magnitud, pero además explica por qué la llamada ciencia ficción ha perdido adeptos y está en franco repliegue: porque la “ciencia real”, por llamarla de algún modo, hace mucho tiempo que superó a la ciencia ficción en cuanto a capacidad de generar relatos fantásticos y, paradójicamente, reales, muy reales. Respecto mis novelas en concreto, las cuales, insisto, nada tienen que ver con la ciencia ficción, más que una “ficción hiperrealista” -como tú la llamas-, creo que responderían a un “realismo complejo” –ojo, que no “complicado”; de hecho mis novelas no maltratan al lector con enrevesados argumentos sino que aportan la complejidad de la poética contemporánea-. Responden mis novelas a un modelo de narrar en red –y me refiero red en general, no a redes internautas, que también-, la realidad hecha de nodos imprevistos unidos por enlaces aún más imprevistos, de tal modo que pequeñas variaciones llevan a configuraciones de realidad totalmente diferentes. Si tuviera que ubicar mi narrativa y mi poesía en un marco científico –cosa que evito, pero tu pregunta me obliga-, sería la de las ciencias de la complejidad, que surgieron en paralelo, como un espíritu de época, con lo que socialmente se dio en llamar posmodernismo –la ciencia, como parte que es de la sociedad, corre siempre en su paralelo; de hecho las grandes utopías del siglo 18 y 19 son correlatos del determinismo newtoniano-. Siento mi narrativa muy cerca de los planteamientos de los sistemas emergentes, la irreversibilidad, el caos determinista, la teoría de catástrofes de Rene Thom o los planteamientos del Prigogine respecto al aumento de entropía como generador de orden, no de desorden; sistemas disipativos. Todo esto nos llevaría muy lejos, pero esto es algo que teoricé en mi libro de ensayo, Postpoesía, hacia un nuevo paradigma (edit Anagrama). Cuando esos planteamientos entran en la novela, pero, ojo, no como tesis, sino imbricados en el propio tejido, como paisaje natural, es cuando hablo de mi narrativa como un realismo complejo. Esto, lejos de articular un clásico planteamiento-nudo-desenlace, le da a las novelas un aire de realidad, de cotidianidad real, de organismo complejo, es decir, vivo, con sus flecos sueltos pero coherente, como lo es la propia cotidianidad. E, insisto, cuando escribo nunca pienso en esto, que son reflexiones a posteriori. Cuando escribo me dejo llevar por las intuiciones y analogías del momento.
P: Como explica Gustavo Ariel Schwartz en su blog, el descubrimiento por Galileo de los cráteres en la luna quizás nunca hubiera ocurrido de no ser por sus inquietudes estéticas que le permitieron identificar (correctamente) las manchas que observaba a través de su imperfecto telescopio como la sombra de esos cráteres. En tu obra pareces plantear una traducción en el otro sentido, aplicando los mecanismos de la ciencia a la literatura. ¿Hasta qué punto esta comunicación entre distintas formas de explorar la realidad es algo que haces de forma consciente? ¿Hay una finalidad en este planteamiento?
R: Todas las conexiones que hago entre la ciencia y mi literatura las hago a nivel totalmente inconsciente, no las preparo ni las pienso, sencillamente es el modo en que mi cerebro lee la realidad, sólo eso, no me requiere esfuerzo alguno, como un mecanismo que simplemente aparece. Lo realmente violento para mí sería separarlos, separar esas dos esferas; para mí son la misma cosa. Me alegra que hayas citado ese artículo del amigo y físico Gustavo Ariel Schwartz –quien hace un par de años me invitó a unas interesantísimas jornadas de ciencia y literatura en San Sebastián-, porque, casualmente, manejé en Limbo un artículo relacionado con esa historia de Galileo, publicado por la revista de la Tate Modern Gallery. El caso es que Galileo, en efecto, no podría haber identificado las manchas de la Luna correctamente de no ser por sus capacidades como dibujante. La realidad no es lo que vemos –que al cabo, vista en bruto es nada, es abstracta-, sino que es lo que esperamos ver. Quiero decir que lo que el instrumento óptico le decía a Galileo, lo que la tecnología le ponía antes sus ojos, era más “incorrecto” que lo que su mano, a través del dibujo, le dicto; menos cierto que lo que su interpretación de la visión le dictó. Y eso tiene que ver con el concepto de la traducción, de cómo en toda traducción, para ser perfecta, debe haber algo que se pierde para que otra cosa valiosa se gane. Evidentemente, si hubiera una traducción perfecta de un idioma a otro, la traducción no valdría para nada pues para eso ya está el texto original, y este razonamiento, llevado a un grado más de abstracción, tiene que ver con la traducciones de imágenes en dibujos, u otras ideas muy interesantes, como por ejemplo que para que exista un proceso algo ha de cambiar, algo ha de traducirse, sí, pero también algo ha de conservarse –por ejemplo, las constantes físicas, o las constantes en una simple ecuación de una recta, o en otros niveles, los invariantes en las transformaciones gauge-. Y en última instancia todo esto de la traducción de un objeto en otro y sus nuevos sentidos estéticos o científicos es la propia definición de metáfora: lo que parcialmente une dos o más conceptos sin identificarlos del todo, y eso, a su vez, no es más que una transformación topológica. Sobre todos estos asuntos estoy desde hace unos años trabajando en un ensayo. Aquí, en una publicación de la Universidad de Minnesota puede verse un breve fragmento: http://hispanicissues.umn.edu/assets/doc/06_FERNANDEZ_MALLO.pdf Pero bueno, que nadie piense que mis novelas hablan de todo esto, mis novelas son historias, con personajes haciendo cosas, no teoría, sólo que si me preguntas por la teoría que subyace, creo que podría ser todo esto que te estoy contando. En Limbo, una de las ideas principales creo que es la de que viajamos con muchos muertos de nosotros mismos, identidades que vamos dejando atrás pero que por mucho que queramos desprenderlas siempre vuelven, vuelve con otras máscaras, vuelven “traducidas”. O el momento en el que la joven secuestrada en México DF le pide a los secuestradores que le den ropa limpia al menos una vez en los dos años de cautiverio, y un secuestrador le habla al otro lado de la puerta para decirle que no se olvide de que la ropa sucia es la prueba de que ella está viva, “la ropa limpia es ropa muerta”, la ropa limpia carece del ADN que certifica su propia existencia. Volviendo al dibujo de los cráteres de la Luna, tampoco Ramón y Cajal hubiera podido pasar a la Historia como el precursor de la neurociencia si no hubiera sido un extraordinario dibujante; ahí están sus dibujos de las redes neuronales, precursores también de las redes que hoy llamamos “libres de escala” o de “potencia inversa”, identificadas ya como naturales tanto en la red de comercio mundial, como en la propagación de plagas, o Internet, o la red de amistades que cada uno teje, entre otras muchas.
P: La portada de Peter Saville para el Unknown Pleasures de Joy Division representa un punto de convergencia entre ciencia y arte. Muchos aspectos de la ciencia presentan cualidades estéticas muy interesantes y totalmente casuales, como por ejemplo las fotografías de las pruebas con bombas nucleares realizadas durante los años de la guerra fría ¿Tienes algún “Top Ten” de joyas estéticas escondidas entre los libros de física?
R: Tú mismo has puesto dos muy buenas. Pero por ejemplo, las fotos de trazas de partículas en una cámara de niebla creo que son verdaderas imágenes de arte abstracto, como ésta que te muestro, que extraje de mi propio ejemplar de Física Nuclear de Burcham, y que incluí en el libro antes citado, Postpoesía, hacia un nuevo paradigma. O te remito a esta breve muestrario, de más cosas, que me pidieron en la revista Esquire: http://blogs.alfaguara.com/blogs/upload/ficheros/Postpoesia.pdf
P: Se te suele presentar como un físico que además es escritor, o como un escritor que además es físico, o incluso radiofísico (¡el colmo del exotismo!) En fin, como una curiosidad, casi como una contradicción. Parece que seguimos instalados en la división en dos culturas que planteó C.P. Snow hace ya 50 años. ¿Percibes esta separación entre arte y ciencia como algo artificial?
R: Creo que por lo dicho hasta ahora, la respuesta obvia es sí, veo esa separación entre ciencias y artes como algo artificial, tan artificial como esa otra separación entre ciencias y humanidades, como si la ciencia no la hicieran seres humanos sino marcianos; ¡pues claro que la ciencia son humanidades, ¿qué si no?! Que cada una tenga su lenguaje y sus modos de expresión no quiere de decir no existan muchas conexiones. Incluso hay campos de las artes que netamente trabajan con los métodos de las ciencias, por ejemplo el bioarte, que emergió con gran fuerza a finales del siglo pasado, sobre todo de la mano de Eduardo Kac.
Respecto a nuestra profesión, en las cientos de entrevistas que me han hecho ya ni me esfuerzo en explicarla, terminan poniendo cosas como radiólogo y cosas así, pero es lógico, la radiofísica es muy desconocida, incluso para muchos médicos. En mi propio hospital hay médicos que ni saben que existe algo llamado Servicio de Protección Radiológica y Física Médica.
P: Paul Feyerabend en su obra Contra el método sitúa el origen de la escisión entre ciencia y humanidades en Newton y la aparición de lo que denomina “profesionalismo” o especialización, cito: “Un especialista (…) ha decidido someterse a sí mismo a standards que le restringen de muchas maneras, incluidos su estilo al escribir y su manera de hablar, y que se siente dispuesto a vivir lo más en concordancia que pueda con estos standards mientras esté despierto (siendo esto así, es probable que también sus sueños estén gobernados por estos standards)” Esta escisión que sigue vigente, ¿ha supuesto en algún momento un conflicto para ti? ¿Has tenido que enfrentarte al rechazo o la incomprensión por parte de tu entorno profesional por tus inquietudes ‘poco ortodoxas’?
R: No le falta razón a Feyerabend. Como sabes, en la filosofía de la ciencia clásica hay dos tendencias claras: aquellos que creen que la realidad es una cosa que existe con independencia de nuestros sentidos –empiristas-, y aquellos que creen que la realidad es algo creado exclusivamente por la mente –idealistas-. Supongo que la complejidad nos ha enseñado que la realidad es una adecuada combinación de ambos polos, pero si tengo que posicionarme me inclino más por la postura idealista, para ello me valgo de un argumento, creo que bastante rotundo: que ahí afuera hay cosas y ocurren cosas es una evidencia, pero esas cosas no son nada sin un lenguaje que las nombre, las clasifique y las inserte en un corpus epistemológico, y el lenguaje, evidentemente, está en nuestro cerebro no “ahí afuera”. De modo que la realidad es lenguaje, y en tanto que lenguaje responde a una subjetividad colectiva, una subjetividad pactada, sí, pero una subjetividad al fin y al cabo. Que una piedra caiga y le dé a alguien en la cabeza es un hecho irrefutable, sí, pero lo que importa es qué significa y representa ese hecho para cada cultura, para cada lenguaje, etc. Eso es lo que conforma una cultura y un saber, no los hechos “en sí”, que no existen pues ni tan siquiera pueden ser nombrados –en ese aspecto me declaro kantiano-. Para mí, todo esto nunca ha sido un conflicto. Como te he comentado, de manera natural veo mi entorno con un ojo que mezcla la poética con la ciencia, aunque naturalmente sé separarlas cuando es pertinente. Y en mi entono profesional, no, nunca he sentido incomprensión o rechazo alguno por ello, al contrario. También es cierto que en ese entorno profesional nunca he hablado demasiado de mi faceta de escritor, y fundamentalmente por respeto a mi trabajo y a mis compañeros, no me parecería serio mezclar la literatura con la terapia. Desde un punto de vista práctico, del día a día, siempre he separado totalmente las dos cosas. También ocurre que cuando tienes una cierta dimensión pública, necesitas dejar una parcela para ti, inviolable por los medios de comunicación, una clase de oxígeno que sólo puedas respirar tú y la gente más cercana a ti, de lo contrario te comen.
P: Según he podido leer ya no trabajas como radiofísico, ¿son incompatibles las dos actividades o la incompatibilidad se debe los compromisos profesionales (me refiero a las responsabilidades con la promoción de tus obras que te obligan a viajar, conceder entrevistas, etc y las labores cotidianas del hospital)? ¿Mantienes algún contacto con la profesión, lees artículos, sigues las noticias sobre radiofísica y esas cosas?
R: Sí, desde hace tres años tengo una excedencia. Es que estuve varios años compaginando las 50 horas semanales en el hospital con las casi otras 50 fuera dedicado a la literatura, pero llega un punto en el que no puedes estar dando conferencias de libros y viajando por varios continentes y al día siguiente ponerte con un caso de clínico, o sí puedes pero no creo que sea responsable, en cualquier momento puedes cometer un fallo. Llevaba 18 años de radiofísico y, como podía elegir, elegí dedicarme sólo a la literatura. Y no, no tengo contacto alguno con la profesión, hace 3 años que no abro ni una revista de radiofísica -pero sí de física de otras materias-. El motivo es que si he elegido este otro camino es para dedicarme totalmente a ello, ir hasta el final.
P: ¿Qué te parece más duro, el día a día rutinario de radiofísico o la tarea del escritor (claro, presupongo que no te pones el despertador a las 7 de la mañana para empezar a escribir.. igual me equivoco)?
R: Pues depende. La verdad es que la profesión de radiofísico nunca me pareció dura, sí muy exigente y de una gran responsabilidad, pero no dura. Desde luego, el día a día de un escritor es más duro en el sentido de que estás solo, no hay una institución o empresa que te ampare, no hay seguridad laboral, cada día tienes que reinventarte, investigar tu poética, investigarte a ti mismo estética y sentimentalmente para después ver si todo ello es posible ponerlo en un papel, y eso a veces crea una sensación de desamparo. Y lo digo yo que soy uno de esos escritores que ni sufren escribiendo ni conocen el típico “miedo al papel en blanco”. Lo que tiene de bueno es que puedes elucubrar, escribir y profundizar cuanto quieres y en cualquier asunto sin tener que dar cuentas a nadie.
P: ¿Se puede vivir hoy en día y en este país de escribir (libros) o de la música, o del arte en alguna de sus manifestaciones?
R: De vender libros, no, salvo que seas bestsellerista –y para eso cada vez menos pues la venta de libros en España ha caído una media de un 40%-. Para vivir de vender libros hay que vender muchísimos. De lo que se pude (mal)vivir es de la “vida literaria”: conferencias, cursos, etc. pero ello te supone viajar prácticamente cada semana, ya sea a España, Latinoamérica, Estados Unidos o donde te llamen, lo cual no es nada grato, y menos para alguien como yo, que odio viajar. Pero bueno, no todo iba a ser perfecto.
P: La búsqueda de la realidad parece ser una constante en tu obra. Esa es también la principal motivación de la ciencia, entender cómo funciona el mundo. “Pensé en las copias porque las copias lo son todo” dice uno de tus personajes en Limbo y también que “la mentira es un buen aliado de la vida”. En la sociedad actual gobernada por la imagen vivimos de hecho instalados en la copia y la simulación, pero la copia necesita del arquetipo (o su equivalente matemático: la fórmula) y este arquetipo se construye manipulando la realidad, despojándola de sus imperfecciones para que sirva de modelo a un mundo perfecto. El resultado parece ser una suerte de retorno que se perpetúa en la mentira. ¿Crees que aún queda margen para lo genuino, o estamos atrapados en la copia? ¿Cuánta realidad se esconde en lo que se desecha para crear el arquetipo?
R: Bueno, aquí apuntas muchas cosas, y bien diferentes. Para empezar, creo que la constante en mis obras no es la búsqueda de la realidad –como he dicho, no creo que exista una realidad única-, sino la construcción de una realidad, la construcción de mi realidad con la ilusión de que esa realidad sea comunicable, sea compartida –al cabo es lo que hace cualquier científico cuando enuncia una teoría, ¿no?: propone un modelo de realidad comunicable a otros mediante un lenguaje-. Sobre el ejemplo que pones acerca de la simulación y esa foto de Oppenheimer que tan bien has transformado, creo que das en el clavo en un asunto a mi juicio no siempre bien entendido por la filosofía, sobre todo en ciertas tesis extremas de Baudrillard, quien afirmó que la realidad hoy es una simulación total, es decir, una simulación sin referente -lo que él llama hiperrealidad-. Y digo no muy bien entendido porque para que exista una simulación siempre ha de permanecer algo del referente original al mismo tiempo que algo ha de ser eliminado, es como lo que hablábamos antes de la traducción, algo se pierde para que otra cosa de gane, la simulación total no tiene sentido pues para eso ya está el original, el referente, la realidad. De modo que la simulación total es una idea netamente metafísica. Aquí, aunque sea extenderse, me gustaría comentar dos cosas respecto a la simulación y la copia, aunque sea por encima. La primera es que en el siglo 19 el romanticismo crea la idea de la obra como objeto único, objeto que no pude copiarse, y que de copiarse constituiría una devaluación o profanación. Esa idea del autor como genio que crea cosas únicas se mantiene hasta nuestros días, pero se ve reducida por su polo opuesto, ejemplificado en el pop, el cual afirma que, por el contrario, todo es copiable: por ejemplo las copias en serie de Warhol, o en el caso más banal: compras un objeto en una tienda de chinos y crees que a los cinco minutos puedes volver y comprar un objeto exactamente igual. Para mí ambos polos –el romántico y el pop-, son igualmente falsos, tan imposible es la originalidad absoluta como la copia absoluta. Ni tan siquiera un archivo informático puede estar sujeto a la copia perfecta pues cuando se decodifica y se expone ha de verse o leerse en un dispositivo determinado, que siempre es variable, nunca es igual a otro. Tal como yo lo veo, la base de la evolución, tanto biológica como de los productos culturales, es: copia+error. Es decir, una copia a la que se le ha introducido una modificación que por los motivos que sea fructifica en un avance. Así se desarrolla una cultura, artística y científica. La otra cosa que quería comentar es que en todo proceso siempre hay un residuo, funcionamos por aproximaciones que dejan restos en apariencia inservibles. Bien, pues esos restos me interesan mucho como materiales de creación, el spam, por así decirlo, que nuestra cultura va dejando a un lado. Por hacer un símil, es como cuando se desarrolla un polinomio por Taylor, que no puede hacerse la aproximación perfecta, la “simulación” o “copia” perfecta, sino que aparece un residuo fruto de la resta de las dos funciones. Y sin embargo, ese residuo es lo que le da potencia y valor a ese mecanismo de réplica llamado Desarrollo de Taylor. En mi caso, introduzco en mis ficciones detalles de toda clase –de la publicidad, de la ciencia, de la economía, de la cocina, da igual-, que aparentemente son residuos respecto a la literatura clásica, son cosas que la literatura clásica nunca usaría por considerarlos “no respetables”, faltos de valor, y sin embargo, los engarzo de tal modo que van contribuyendo a la historia del libro de manera decisiva. Y es todo eso lo que crea el realismo complejo del que antes hablaba.
P: ¿Cómo es tu relación con la tecnología? Decía Charlie Brooker, el creador de la serie Black Mirror, en una entrevista reciente: “Si recargar un iPhone nos quitase 10 minutos de vida, lo haríamos”. ¿Crees que la sociedad está estableciendo una relación frívola y peligrosa con la tecnología? (En el campo de la radioterapia y el tratamiento del cáncer también se da este fenómeno, véase “La última guaracha tecnológica”) ¿Crees que está moldeando/deformando la forma en que percibimos el mundo?
R: Mi relación con la tecnología es meramente funcional, de hecho no me interesa más que las vacas, los lápices o las sillas. En mi obra aparece tecnología pero porque vivo en un mundo que la incluye, sólo eso. Esto en ocasiones ha dado lugar a algunos malentendidos respecto a mi obra por parte de quienes confunden la tecnología con la ciencia. Lo que me interesa es la ciencia como generadora de relatos de realidad, creadora de metáforas, no la tecnología. Lógicamente, esto lleva consigo que la física teórica me atraiga más que la experimental. La otra cosa que comentas acerca de cómo la tecnología nos pone la zanahoria, sí, claro, me lo conozco. En 18 años de experiencia profesional he visto varios avances que se vendieron como definitivos y luego vienen las relativizaciones. No hay que olvidar que la medicina es un negocio como otro cualquiera, de modo que hay que estar muy atento, para ello ha de prevalecer el buen olfato del físico, o grupos de debate de las sociedades científicas que pongan a prueba lo prometido. La foto que pones de Dylan superpuesta a la actual de Street View de Google, me parece buenísima pues sirve para dar a entender que la tecnología es capaz de crear relatos, metáforas, en este caso una heterocronía muy reveladora.
P: ¿Te parece que entre las responsabilidades de la ciencia se encuentra la de divulgar sus logros y su utilidad social? ¿Te has sentido alguna vez tentado a emprender esa labor a través de tu obra?
R: Comprendo que sí, que una parte de la ciencia ha de servir para eso, pero no en mi caso. Nunca pienso en la utilidad social de lo que emprendo, escribo para investigar mi poética, crear mi mundo. Si eso luego le vale a alguien, pues mejor, pero no es el objetivo primero.
P: Para terminar, ¿podrías citar algunas de tus “malas influencias” favoritas: libros o discos que te hayan perturbado?
R: Es que son muchísimas, no sé, diré sólo libros, más bien ensayos y poesía –aunque fui conocido por mis novelas, es un género que me interesa menos-: El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio (Michel Serres), El hacedor (Borges), Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain), Ruido de fondo (Don DeLillo), los cuentos de Julio Cortázar, toda la poesía de José Ángel Valente, Wittgenstein (la biografía que de él hizo Ray Monk), Mil mesetas (Deleuze y Guattari), Rastros de carmín (Greil Markus), Volverás a Región (Juan Benet), Corrección (Thomas Bernhard), etc, etc.
No quisiera dejar de mencionar la amabilidad y disposición que Agustín Fernández Mallo ha mostrado en todo momento para la realización de esta entrevista. Hemos intercambiado muchos tweets y correos electrónicos -¡le he dado mucho trabajo!- y siempre ha estado al otro lado haciéndolo todo muy fácil. Por todo eso y por este magnífico regalo, una vez más, y nunca serán suficientes, ¡muchas gracias Agustín!