Diario de una residente de Radiofísica (10 de julio de 2015)
Sumario:
10 de julio de 2015. Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona. Y casi sin darme cuenta ha pasado más de un mes desde mi llegada al servicio y, poco a poco, he ido pasando de ver a hacer; con la presión añadida de saber que el precio de cualquier instrumento que pase entre […]
10 de julio de 2015. Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona.
Y casi sin darme cuenta ha pasado más de un mes desde mi llegada al servicio y, poco a poco, he ido pasando de ver a hacer; con la presión añadida de saber que el precio de cualquier instrumento que pase entre mis manos cuesta por lo menos lo que un Mercedes nuevecito.
Aún así me dejan tocar alguna cámara de ionización y jugar a montar y desmontar la cuba. El concepto de la cuba me fascinó desde el momento en que la vi: se trata de una pecera sin peces (aunque con algún resquicio de las siempre indeseables algas) de dimensiones considerables que, una vez llena de agua, sirve para medir las dosis depositadas por un haz de radiación. No es que sea una obsesionada con la imagen que la gente tiene de mí pero, ¡no saben las vacas esféricas la suerte que tienen en comparación a nuestro análogo en las aproximaciones!
Durante estos días, el Protocolo Español de Control de Calidad en Radiodiagnóstico se ha convertido en mi biblia y con sus sabios consejos me siento suficientemente poderosa como para enfrentarme a la revisión anual de un equipo portátil, un arco quirúrgico o lo que me echen sin temor a provocar una catástrofe nuclear en el hospital. Además del protocolo he descubierto el mundo de los Reales Decretos. Si os pensábais que la lectura físico-jurídica se había acabado con los Boletines Oficiales del Estado (BOEs) estábais tan confundidos como yo. No sé si Don Felipe va a ser más o menos prolífico que su señor padre en cuanto a literatura se refiere, pero si sigue sus pasos acabará siendo difícil no perderse entre los distintos tomos. Hay Reales Decretos para todo, incluso en más de uno (RD1146/2006 y RD183/2008, por ejemplo) se describe con pelos y señales la formación que se debe recibir durante la residencia (y yo creyéndome que hacía algo útil escribiendo esto…) Nos informaron de su existencia el día que fuimos a escoger plaza pero no es hasta ahora, después de haber vivido un mes en el hospital, que me atrevo a intentar contaros, a grosso modo, cómo está estructurada nuestra residencia.
La residencia se divide básicamente en tres partes fundamentales que son: Terapia con radiaciones (1 año y medio), Diagnóstico por la Imagen (1 año) y Protección Radiológica (6 meses).
Cada parte se subdivide en categorías, que se organizan a su vez en distintas áreas de conocimiento específicas y muchas cosas más. Nosotros empezamos por lo que llamamos “rayos”, es decir, durante el primer año mi objetivo es familiarizarme con todas las máquinas que emiten haces de radiación que sirven para el diagnóstico por imagen. También me encargo de los controles de uno de los aceleradores. Con ello creo que se ve un poco dosimetría aunque las planificaciones no llegan hasta segundo donde también se incluye Medicina Nuclear. Finalmente al llegar a tercero afrontaré a planificaciones más complejas (IMRT, SBRT…) así como braquiterapia y otras técnicas especiales. Y por fin, los últimos seis meses los dedicamos a Protección Radiológica.
La formación se complementa con rotaciones dentro del mismo hospital. Por ejemplo, me voy a pasar todo el mes de septiembre en Radiodiagnóstico intentando que los médicos me enseñen a distinguir el páncreas del hígado en un TC o ver qué protocolos siguen los técnicos. La idea es que consiga ser lo bastante insistente como para que por lo menos un médico me adopte por un mes y me lleve allí donde vaya. En segundo rotamos con los de Oncología Radioterápica y estamos allí mientras pasan visitas o mientras pintan volúmenes, por ejemplo, aunque para esto aún queda mucho. También se puede rotar fuera, para ver técnicas que no estén disponibles. Además durante estos años se promueve la asistencia a cursos y conferencias. En fin, me da a mí que la calma y la lectura sin prisas de estos primeros meses se va a acabar más rápido de lo que esperaba.
Así que de momento sigo aprovechando los cada vez más escasos ratos libres para sentarme en la silla de mi despacho a leer y releer. La verdad es que en las reuniones sigo casi tan perdida como el primer día, y muchas veces me veo apuntado palabras para buscarlas luego en el sabio Google y enterarme de qué iba el tema. He descubierto que tenemos un órgano llamado bazo, que un exitus no significa que algo haya salido muy pero que muy bien, y que el Gamma Knife no involucra cuchillos. Pero aunque por aquí todo parezcan máquinas sacadas de un libro de ciencia ficción en realidad el descubrimiento más importante que he hecho es el más simple de todos. Y es que todo, absolutamente todo, se puede arreglar con un poco de esparadrapo y, si no, siempre queda el clásico apagar y volver a encender.