El fotón es tu amigo y tu enemigo, Henricus Antonius.

Sumario:

Nació en un ilustre antepasado, rudimentario pero eficaz, de la familia Niton XRF. Era un fotón de rayos X, y era lo suficientemente energético como para realizar la tarea que tenía encomendada. Si nuestro X-protagonista hubiese sido sensible a ello, habría notado una ausencia de presión notable: en su camino hacia aquel grupo de átomos […]

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Nació en un ilustre antepasado, rudimentario pero eficaz, de la familia Niton XRF. Era un fotón de rayos X, y era lo suficientemente energético como para realizar la tarea que tenía encomendada. Si nuestro X-protagonista hubiese sido sensible a ello, habría notado una ausencia de presión notable: en su camino hacia aquel grupo de átomos que no sabían lo que les venía encima, no había casi nada, lo mínimo para generar unos ridículos 10 Pa, con lo que pudo llegar a su objetivo sin problemas. Vio cómo sus compañeros chocaban (eran absorbidos, sería mejor decir) con otros átomos. Desde nuestras macroscópicas limitaciones, podríamos describir el proceso diciendo que al ser absorbidos, los fotones desligaban electrones, en una razzia incruenta, de modo que los huecos resultantes eran ocupados de inmediato por otros electrones, ansiosos, como toda la Naturaleza, por minimizar energía. Pero la energía es obstinada, y se niega a desaparecer, con lo que, de la nada, o eso parece, surgió otro hermano de nuestro protagonista, otro Mr. X que, con un poco de suerte, encontraría el camino adecuado para lo que vendría después.
La realidad, sea lo que sea que signifique esa escurridiza palabra, es mucho más compleja. Tendríamos que decir que los electrones existen en una mezcla cuántica de estados que colapsa en un estado energético definido; que el fotón puede encontrarlos en cualquier sitio, porque están en todos y en ninguno a la vez. Pero para percibir todo esto necesitaríamos hablar el idioma de electrones y fotones, y a eso no llegamos. Sólo podemos usar traductores, eficazmente mentirosos.
El caso es que muchos de sus compañeros fotones fueron absorbidos por átomos de sodio, aluminio, silicio y azufre. Pero nuestro protagonista era especial, aunque él no lo sabía: su destino final era un átomo más voluminoso, un átomo de cobalto.
Un poco más tarde, los fotones reemitidos, llamados fluorescentes (de ahí la F de XRF) fueron analizados por técnicas de energía dispersiva. Todos esos fotones provenientes de los átomos de sodio, aluminio, etc., ionizaron otros átomos, en detectores basados en diodos. La carga eléctrica generada en ese proceso de ionización es proporcional a la energía de los fotones fluorescentes, con lo que, analizando esas pequeñas corrientes, el radiofísico pudo saber qué átomos habían sido los creadores de esas mínimas fracciones de amperio.
Para hacer esto, la tecnología tuvo que superar varios problemas, tales como anomalías provocadas por la forma de la muestra expuesta al baño de rayos X o la excitación secundaria, e incluso terciaria, de algunos elementos por átomos cercanos. Nada que no pueda superar una buena calibración, un detallado análisis FP (de parámetros fundamentales) y una precisa normalización del pico Compton producido por la retrodispersión incoherente.

Representación simplificada de un proceso XRF (Fuente: http://www.911metallurgist.com/blog/portable-xrf-analyzer-price)

Representación simplificada de un proceso XRF


No nos dispersemos: El resultado final del proceso XRF se pudo leer en una pequeña pantalla, en la que las letras Co parpadearon al lado de un porcentaje excesivamente alto para lo que le habría gustado a Henricus Antonius antes de 1945, pero que le habría hecho muy feliz después de ese año.
Todo lo explicado en las líneas previas es lo que le ocurrió a Mr. X en un laboratorio inglés a finales de siglo XX. Retrocedamos unas décadas.
En 1937 Dirk Hannema, el director del Museum Boymans, en Rotterdam, adquirió el cuadro “La cena de Emaús”, por lo que hoy en día serían cerca de 4 millones de euros. No parecía una mala idea, porque según Abraham Bredius, el máximo especialista en Vermeer de la época, “cada pulgada de este cuadro es puro Vermeer”. Ciertamente, no se trataba de un óleo maduro, sino de una obra temprana del pintor de Delft. Aun así, se originó una sincera admiración en los círculos académicos que hizo, incluso, que el Rijksmuseum de Amsterdam intentara un trueque, ofreciendo a cambio “La Carta”, del mismo autor. No lo consiguieron.
Dirk Hannema, director del Museum Boymans (a la derecha) y su conservador jefe, admirando en 1938 su flamante adquisición de un soberbio Vermeer temprano. No lo era. (Fuente: http://accademiadegliincerti.wordpress.com/)

Dirk Hannema, director del Museum Boymans (a la derecha) y su conservador jefe, admirando en 1938 su flamante adquisición de un soberbio Vermeer temprano. No lo era. (Fuente: http://accademiadegliincerti.wordpress.com/)


En realidad ese cuadro no lo pintó Vermeer. El autor era Han van Meegeren, nacido Henricus Antonius van Meegeren en 1889, un pintor holandés que, cansado del desprecio con el que trataba la crítica su obra, por considerarla poco original, decidió demostrar al mundo que podía pintar tan bien como Hals, Pieter de Hooch, Dirck van Baburen, o el mismo Vermeer, al menos en sus primeras etapas.
Durante la segunda guerra mundial, Herman Goering, la mano derecha de Hitler, y para el que coleccionar arte era como acumular canicas en el bolsillo, compró otro “Vermeer” a van Meegeren. No era tan bueno como “La cena de Emaús”, pero era más que convincente. Se trataba de una de muchas ventas, que le hicieron ganar en unos años más de lo que hoy serían veinte millones de euros.
La guerra acabó, y van Meegeren fue acusado de colaboracionista por haber vendido obras de arte holandesas sin precio al régimen nazi. Su defensa fue que no había colaborado, sino todo lo contrario: les había engañado. Todos esos Vermeer requisados los había pintado él solito. Es más, había intercambiado con Goering una de sus falsificaciones (sin que el rechoncho dirigente lo supiera, claro) por doscientas pinturas holandesas originales, salvándolas de las manos del invasor nazi.
Nadie le creyó.
Así que, tras tres días en la cárcel, se ofreció a pintar una falsificación, “Jesús entre los Doctores”, usando las técnicas que había tardado años en perfeccionar. Le costó varios meses de trabajo. Años antes lo habría pintado mucho más rápido, pero ahora debía poner toda su atención, crear su “obra maestra”, porque no se trataba ya de engañar a nadie, sino de salvar su vida.
Van Meegeren, en 1945, con su “Jesús entre los Doctores”, tras poner en práctica su mezcla de ciencia (sólo hay que mirar a la mesa) y arte (sólo hay que mirar el cuadro) (Fuente: http://accademiadegliincerti.wordpress.com/)

Van Meegeren, en 1945, con su “Jesús entre los Doctores”, tras poner en práctica su mezcla de ciencia (sólo hay que mirar a la mesa) y arte (sólo hay que mirar el cuadro) (Fuente: http://accademiadegliincerti.wordpress.com/)


Hay algo que le habría sacado directamente del atolladero. La tintura de azul ultramarino que usaban los maestros de la pintura holandesa y, también van Meegeren, es un compuesto de sodio, aluminio, silicio, oxígeno y azufre. Si un radiofísico usa un aparato de XRF sobre una pequeña muestra de pintura de azul ultramarino, verá en los resultados una serie de picos situados de forma precisa en los keV correpondientes a los fotones fluorescentes emitidos por esos elementos químicos. Pero van Meegeren usó también azul cobalto. Esta tintura tiene, como su nombre indica, átomos de cobalto que, al recibir a X, generarán fotones de rayos X fluorescentes que dejarán en las gráficas una muy reconocible traza en torno a los 7 keV. El quid de la cuestión, Henricus Antonius, es que el azul cobalto fue sintetizado por primera vez por Thénard en 1802. Vermeer, claro, murió en 1675.
El pico de azul cobalto en torno a los 7 keV (Fuente: http://bento.si.edu/page/2/)

El pico de azul cobalto en torno a los 7 keV (Fuente: http://bento.si.edu/page/2/)


Así que ese fotón habría sido tu mejor amigo, porque, de haber contado con las técnicas XRF en 1945, no te habría atormentado el riesgo de que te fusilaran por colaboracionista. Podrías haber demostrado a todo el mundo que esos cuadros no eran originales, los habías pintado tú, con lo que habrías demostrado al mundo tu genialidad y, sobre todo, habrías salvado tu vida. O al revés.
Aunque, paradójico, ese mismo fotón habría sido tu enemigo unos años antes, pues esos marchantes de arte que te parecían tan crédulos quizás habrían solicitado un test XRF sobre tus cuadros y todo tu plan se habría derrumbado como un castillo de naipes.
El juicio por colaboracionismo fue anulado, porque la pericia de van Meegeren y otras pruebas científicas, aunque no concluyentes como el XRF, fueron suficientes para convencer al jurado de que lo que decía era cierto. Sin embargo, se abrió otro juicio. Por falsificación, claro. Se le condenó a un año de prisión, pero antes de que concluyera el proceso de apelación murió de un ataque al corazón.
Para despejar cualquier mínima duda, desde finales de la década de 1960 se han realizado pruebas sobre los cuadros de van Meegeren, XRF y de otros tipos, que han dejado a Han van Meegeren en la realidad que merece. Sea lo que sea que signifique, de nuevo, esta escurridiza palabra.
P.D.: Irene, gracias por animarme, entre película y película, a escribir estas líneas.

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