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Campus de la UNIA, Baeza, 9 de febrero de 2016 Aunque ya existe un post en Desayuno con Fotones acerca del curso en Baeza, he decidido que un diario de una residente que se precie no puede obviar esta etapa de la residencia. Así que, sintiéndolo mucho por la poca originalidad, allá voy. Ya desde […]
Campus de la UNIA, Baeza, 9 de febrero de 2016
Aunque ya existe un post en Desayuno con Fotones acerca del curso en Baeza, he decidido que un diario de una residente que se precie no puede obviar esta etapa de la residencia. Así que, sintiéndolo mucho por la poca originalidad, allá voy.
Ya desde finales de año Baeza se hacía cada vez más cercano; los papeles a mandar, darme de alta en la SEFM, buscar billetes de tren (o autobús, o algo que me dejara en Baeza en menos de ocho horas) despedirme de todos en Barcelona por un mes…. Pero no fue hasta que me vi con una mochila de 70 litros del Decathlon en la espalda, equipada con toneladas de ropa de abrigo, y con un recorrido en coche de siete horas por delante, que no me di cuenta que Baeza era algo inminente.
A día de hoy llevo casi tres semanas a una media de siete horas de clase por día y otras tantas de fiesta por noche. Sé que llegados a este punto voy a tener que empezar a tomarme las cosas con más calma; admito que soy un ser humano de capacidades limitadas y nadie puede esperar que aguante el ritmo que se requiere para aprovechar Baeza al 100% todos los días. Porque, al menos como yo lo veo, Baeza no sólo es un batiburrillo de contenidos teóricos básicos de Radiofísica, sino que también representa la oportunidad de conocer a todos tus «coerres» y a algunos de los «erres» mayores que se encuentran repartidos por todos los rincones de España.
Uno no se imagina lo agradable que resulta salir de la burbuja del propio hospital y compartir experiencias. Bueno, más que experiencias, porque en Baeza se comparte todo: desde la vida de cada uno en los respectivos hospitales y sus expectativas, desde la rutina hasta la pasta de dientes, el champú y el último pedazo de pizza de la comida. Porque sí, todo es muy bonito hasta que te encuentras con los tres casi-desconocidos con los que vas a compartir habitación, cansancio y ronquidos. Tres personas que, por número de horas de convivencia, van a competir con muchos de tus mejores amigos.
En torno a las clases no hay mucho secretismo. Después de seis meses de residencia y de haberte leído los libros verdes de la SEFM varias veces, la mayoría de los contenidos se basan en algo que, aunque sólo sea vagamente, te suena. El valor añadido está en aquellos profesores que te generan inquietud, te abren puertas hacia todo lo que queda por aprender y mejorar y te motivan a convertirte en una mejor profesional.
Al acabar las clases empieza la otra parte fundamental del curso. Quizá esta parte no constará en el currículum, pero jugar a baloncesto o echarse un mus con las mismas personas con las que probablemente vayas a compartir tu vida laboral, es algo que no tiene precio. Sin olvidarnos de las actividades (no tan sanas) que siguen hasta altas horas de la madrugada. Los bares son muchos y variopintos, cada uno con sus pros y sus contras. Los miércoles, eso sí, toca Café Central y karaoke. Para los que no sepáis cantar, no os preocupéis, el listón no acostumbra a estar precisamente por las nubes.
Y así se suceden los días (unos más lentos y otros que pasan en lo que dura un parpadeo). Pero los días van cayendo del calendario y antes de darte cuenta has cruzado el ecuador. Muchos se quedan sólo quince días y ya se han ido y toca volver a empezar con más caras nuevas. Sobrevivir es factible pero, si alguien quiere aceptar unos consejillos para hacerlo con más dignidad, ahí van mis diez mandamientos para intentar no morir en el intento:
- Consigue la cama de la parte de arriba de la habitación. Llega el primero y corre. Corre como si no hubiera mañana. No hay normas. Se comenta que subir por la ventana ha sido una opción utilizada y ningún arbitro ha declarado tal modo de conseguir la cama de arriba como inapropiado.
- Conoce al Sr. Víctor y asegúrate de caerle bien. No solo tiene el poder de mover todos los hilos en la residencia para que estés más a gusto sino que además tiene una reserva de polvorones en su despacho que no duda en compartir si te ve con cara de cansancio.
- Asegúrate que en tu maleta no falte un alargo. En clase hay un enchufe para cada diez ordenadores y en las habitaciones la media tiende a enchufe por persona. Tampoco es mala idea traerse unos juegos de mesa o balones para pasar la tarde.
- Investiga e innova en los bares. No hagas como hemos hecho nosotros y busca sitios nuevos, por favor. La tapa “Mar y montaña” del Pedrito debería estar incluida en la lista de alimentos probablemente cancerígenos por la OMS.
- Busca planes los fines de semana. Baeza es muy bonito, que sí, pero un soplo de aire fresco es necesario.
- Un mes antes de llegar a Baeza empieza a aprenderte las letras de las canciones que sabes que se van a cantar sí o sí en el karaoke. Si logras una actuación más o menos digna la multitud se va a rendir a tus pies y tu nombre va a resonar por el campus de Baeza hasta el fin de los tiempos.
- Baeza coincide con carnaval, pero la mayoría nos damos cuenta de eso cuando ya estamos allí. Si no quieres acabar comprando un disfraz de calabaza con tutú en el chino de la esquina tráete algo que puedas usar.
- Los chupitos nunca. NUNCA. Son una buena idea.
- Las normas de la residencia cambian como el tiempo. Dónde un día se puede comer otro día está terminalmente prohibido y el día de reposición de toallas es un misterio. Simplemente adáptate y fluye con ellas. Entenderlas no está al alcance de un físico corriente.
- Disfrútalo. Todo tiene sus pros y sus contras pero seguro que si uno se lo propone es capaz de sacar muchas cosas buenas de la experiencia.
Y ahí está todo. Por supuesto hay otros tantos consejos que rozan lo ilegal, pero voy a dejar que esos los descubra cada uno de los futuros residentes (que a estas alturas ya han hecho el examen y estarán esperando los resultados). ¡Muchos ánimos a todos!