Sumario:
Skandionkliniken, Uppsala (Suecia), 30 de Octubre de 2017. Sí, sí, lo habéis leído bien, escribo desde Uppsala, y no porque haya acabado en el otoño sueco por casualidad (seamos sinceros, nadie con dos dedos de frente decide irse a pasar frío pudiendo estar aún cerca de los 25 grados en Barcelona). Fue una decisión tomada […]
Skandionkliniken, Uppsala (Suecia), 30 de Octubre de 2017.
Sí, sí, lo habéis leído bien, escribo desde Uppsala, y no porque haya acabado en el otoño sueco por casualidad (seamos sinceros, nadie con dos dedos de frente decide irse a pasar frío pudiendo estar aún cerca de los 25 grados en Barcelona). Fue una decisión tomada a conciencia y con premeditación.
De momento lo que yo llamo el “invierno” ya aprieta, la luz y más aún el rayo de sol (que es escapa a veces de entre la capa de nubes) son los bienes más preciados y, sospechosamente, cuando me levanto una mañana y pregunto cómo puede ser que estemos a 2 grados, lloviendo y con viento si ayer la predicción daba sol y calor me responden “Welcome to Sweeden” con una sonrisa burlona. Mientras ellos aún salen de casa con sus cazadoras y zapatos de verano, yo ya me saco a mí misma a pasear en anorak, bufanda, gorro y guantes y aún voy preguntando si alguien se ha traído una mantita de casualidad.
Aunque supongo que no me estáis leyendo para que os cuente que tal eso del tiempo en Suecia (todos sabemos que mal, que por algo Alicante se llena de suecos en verano). Estoy aquí para cambiar por una temporada mis desayunos y pasar a hacerlos con protones, muchos protones. Así que aquí estoy, en una clínica llamada Skandion, haciendo de R1… otra vez. ¡Y me encanta!
Aquí tenéis el que ha sido mi nuevo sitio de trabajo desde septiembre hasta diciembre. El edificio no sólo es la clínica sino que incluye un hotel en el que los pacientes que vienen a tratarse de otras partes de Suecia y no pueden hacer el viaje diariamente se hospedan. Aunque el hotel está originariamente pensado para los pacientes, cualquier persona puede quedarse allí si está de visita a Uppsala, lo que no tengo tan claro es si la visita al acelerador viene incluida en la estancia.
Los primeros días me enseñaron el sitio. Tienen dos salas de tratamiento y una dedicada únicamente a la investigación donde hacen terapia con Pencil Beam Scanning. La sala de tratamiento no es muy distinta a lo que uno se puede imaginar: una mesa plana para colocar al paciente, detectores de kilovoltaje, y algo que se parece a un gantry de un acelerador de toda la vida. La sorpresa vino cuando entré en el gantry (sí, sí, entré, dentro, entera y acompañada de varias personas). Lo primero que dije fue “Halaaaaa, que guay” dejando claro que tenía mucho que aprender en esos tres meses. El gantry es enorme. Pero enorme de verdad. Las dimensiones escritas en un trozo de papel no tienen el mismo impacto que ver ese monstruo metálico de toneladas que, al moverse, debe hacerlo con una precisión submilimétrica. Impresionante. Aquí os dejo una foto donde creo que se ve la magnitud del tema…
Unos días después tuve la oportunidad de entrar a la sala del acelerador (ciclotrón). Me recordó a la primera vez que vi un acelerador “desnudo”. Ver todo eso, los cables, los imanes, el sistema de transporte, todos los sistemas eléctricos para saber que al final, tienes un “puntito pequeñito de protones” es abrumador. Debo decir, también, que después de casi tres años trabajando con fotones, me costó lo mío asimilar que el gantry y el acelerador eran dos cosas distintas, y que no estaban en el mismo espacio. Interiorizar que si el acelerador falla no se puede tratar en ninguna sala, y que si se está tratando en una sala las otras tienen que esperar a “El Haz”.
De este modo “El Haz” pasa a ser un ente casi místico del que todos hablan pero que nadie ve. Frases como “El Haz se está preparando», “¿dónde está El Haz?” o “¿Vais a necesitar El Haz?” forman ya parte de mi día a día.
Aquí he aprendido a venerar el pico de Bragg, a no hacer excesivo caso al TRS398 (no sabéis las ganas que tenía de mirarle a los ojos y decirle, pues no, tú no me mandas a mí dónde poner la cámara! Pero… espera, espera, espera, no te vayas aún, ¿qué factores me dices que debería aplicar?) y a mirar al PTV con recelo, como si me hubiese dejado abandonada de un día para otro después de dos años a mi lado.
El problema de las rotaciones es que siempre se hacen cortas allí y hacen más corta aún la residencia en el propio hospital. Ahora ya sólo me queda un mes por aquí para acabar de absorber todo lo que pueda. Los dos meses que llevo me han pasado volando, casi sin darme cuenta. Y me da miedo pensar en lo rápido que pueden pasar los pocos meses (si, ya se puede contar con meses) que me quedan para acabar la residencia. Ir fuera para ver cosas distintas no tiene precio, y creo que eso es algo en lo que todos los residentes estamos de acuerdo. No sólo por aprender una terapia en concreto, sino por conocer a un montón de gente que piensa, trabaja y enseña de una manera diametralmente opuesta a la que uno está acostumbrado. Así que, aunque animándoos a marcharos una temporada de vuestro hospital me esté ganando miradas de recelo de algunos compañeros que se van a quedar con un residente de menos, creo que merece la pena.
Así que nada, con esto os dejo hasta el próximo post, que supongo que será ya de vuelta a Barcelona. Un abrazo.