Sumario:
Hoy os ofrecemos un menú doble en torno a un mismo producto: El curso de Fundamentos de Física Médica que la SEFM organiza anualmente, el curso de Baeza. Son ya once ediciones de un curso que, estoy convencido, ha sido un hito de la especialidad en nuestro país y que, hasta donde yo sé, no […]
Hoy os ofrecemos un menú doble en torno a un mismo producto: El curso de Fundamentos de Física Médica que la SEFM organiza anualmente, el curso de Baeza.
Son ya once ediciones de un curso que, estoy convencido, ha sido un hito de la especialidad en nuestro país y que, hasta donde yo sé, no tiene parangón en los países de nuestro entorno.
En esta última ocasión pregunté a los alumnos si alguno se animaría a escribir conmigo, al alimón, un post sobre el curso desde una doble perspectiva: la del profesor que participa en el mismo desde su primera edición, de forma periódica que no rutinaria, y la del alumno que lo vive como una experiencia aislada en su desarrollo profesional. Digamos, una vista desde la tarima y otra desde la bancada. Bueno, no es una división muy acertada. Es cierto que a fin de cuentas, Baeza es un curso, y hay profesores y alumnos distribuidos de esa asimétrica y anticuada manera, pero Baeza es más que eso.
El elegido por aclamación popular, que no voluntario, fue Abel, que firma la segunda parte de este post.
DESDE LA TARIMA
Lo digo sin contemplaciones: esos dos días y dos noches que paso en Baeza están, siempre, entre las mejores del año. Recuerdo perfectamente la emoción, en aquellas primeras ediciones, con la que Damián Guirado (director del módulo 8) y yo salíamos de Granada al anochecer, con el tiempo justo para llegar, dejar las cosas en la habitación, salir a buscar a los residentes que ya llevaban allí unos días y conocerlos antes de encontrarnos en el aula (y también para reencontrar a Amadeo Wals, colega y profesor del módulo, también colaborador de este blog, que llegaba esa misma noche). Usando como enlace a nuestros propios residentes nos resultaba fácil localizar al grupo y compartir aquellas primeras horas de ocio. Las presentaciones de rigor. Unas cervezas en el Pedrito. Unas risas. Algún debate más serio. Un poco de información cruzada. Unas copas en el Central y, con un poco de suerte y otro poco de alcohol, unas coplitas en el karaoke. Y esa misma emoción nos ha acompañado en todas las ediciones posteriores. Mi memoria no es muy buena, pero las fotos que hice de cada edición me ayudan a recordar a todos esos alumnos, hoy colegas, con los que compartí aquellos días.
En aquellos años recorríamos juntos, Damián y yo, el camino, en ocasiones nevado, de Granada a Baeza, comentando los preparativos de última hora. En ocasiones hemos terminado de quemar los CD’s para los alumnos la noche antes de comenzar, sentados en alguna cafetería o en el palacio de Jabalquinto, sede del curso y alojamiento de alumnos y profesores.
Unos años después se incorporó al curso como profesor Rafael Guerrero, y algo más tarde José Manuel de la Vega (que años antes había sido alumno).
Yo me he venido al norte, y ahora ir a Baeza significa, además, la oportunidad de reencontrarme con esos amigos queridos que han sido mis compañeros tantos años. Esta ha sido la segunda vez que recorro esos casi 1000 kms para llegar a cenar, conocer a la gente, tomar algo, charlar, reír y, si se tercia, cantar, antes de comenzar las dos intensivas jornadas de clase. Y hacerlo sigue siendo un placer. Como un vampiro que acudiera a su cita periódica con la sangre, bebo de esa vitalidad y entusiasmo como si fuera un elixir rejuvenecedor. Debato, una vez más, con profesores y alumnos, sobre temas diversos. Son polémicas que, cada año, surgen de forma natural en el transcurso de las clases, y todos las vivimos como por vez primera, pues son por primera vez escuchadas por los alumnos que las motivan y les dan sentido. Siempre un punto de vista novedoso, original, un color nunca antes apuntado, una frase especialmente acertada, una duda nueva que siembra nuevas ideas. En clase o en la calle (más en la calle que en clase, muchas veces, cuando el reposo de las horas y la acción liberadora del contacto cercano obran el milagro de la inspiración). Aire en la cara. Que sensación tan gustosa para un motero como yo.
Desde la primera edición hemos tenido muy claro cual debía de ser nuestro objetivo: intentar transmitir la inquietud por conocer el área que nos tocaba impartir, la radiobiología (difícilmente puedes transmitir conocimientos, pues en tan escaso tiempo solo es posible dar algunas pinceladas confiando en que sirvan, al menos, para lanzar a quien las escucha a una búsqueda más concienzuda) y cooperar a que aquel mes se convirtiera, para esos profesionales que comenzaban, en una experiencia positiva, una que recordaran en el futuro y que les sirviera para crear entre ellos vínculos colaborativos de los que todos, a la larga, nos acabáramos beneficiando como profesionales.
Pero lo cierto es que hoy, viéndolo con la perspectiva de todos estos años, no tengo ninguna duda (y lo voy a decir aun sabiendo que muchos creeréis que es una especie de cumplido): nadie ha ganado es estos cursos más que yo. Cada una de esas ediciones ha sido para mi fuente sin igual de motivación y ganas de aprender y me ha ayudado a mantener el amor a mi profesión y la fe en el prójimo, cuando creía que todo estaba perdido.
Así que vaya aquí, en público, mi agradecimiento a todos los que habéis soportado mis caóticas charlas, mis chistes groseros y mis expresiones bárbaras. Gracias por vuestro interés, vuestra inquietud y vuestra acogida. Si en algo molesté a alguno de vosotros, vayan también mis disculpas. Te aseguro que fue hecho o dicho con la mejor de las intenciones, aunque lo fuera también con la mayor de las torpezas.
Valgan estas disculpas adelantadas para las ediciones futuras. Hay cosas que, a según que edades, ya no pueden aprenderse. Para todo lo demás, siempre es tiempo de aprender.
José Manuel de la Vega durante una de sus charlas.
DESDE LA BANCADA
Abel Niebla Piñero
Residente de 1er año, Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria
Desde nuestro primer día de residencia, o incluso desde antes, Baeza siempre ha estado presente ¿Quién no ha escuchado las batallitas de otros años en Baeza? Creo que ninguno nos hemos escapado de escuchar a nuestros “erres” mayores hablando acerca del curso, y especialmente sobre lo que no era el curso.
Me imagino que cada uno venía con diferentes mentalidades. Con más o menos ganas, pero seguro que con la incertidumbre de saber que era lo que nos íbamos a encontrar. Para algunos un reencuentro con conocidos y para otros la oportunidad de conocer a nuestros futuros compañeros de profesión.
A nuestra llegada a Baeza, con un frío de muerte para algunos (entre los que me incluyo), qué mejor que ir a tomarse la primera y conocer a los compañeros. Pedrito, nuestro bar y cuartel general, nos acogió. Allí empezamos a entablar relaciones compartiendo nuestras impresiones sobre los primeros meses. Hablando y riendo las cañas se iban sucediendo, y algún que otro cubatita. Poco a poco, y desde el primer día, ya nos empezábamos a dar cuenta de que lo que nos contaban nuestros erres acerca del curso se iba cumpliendo.
Tras descansar, algunos más y otros poco o muy poco, el curso comenzaba y conocimos al resto de compañeros, que por un motivo u otro, no habían venido la noche anterior a Pedrito. Las clases se sucedían entre el formalismo de Brosed y el cachondeito de todos los de Radiobiología. Incertidumbres, unidades y la famosa polémica de los programas de cribado copaban nuestras horas de curso.
Pero claro, no todo iba a ser cien por cien académico. Si durante el día tocaba curso, por la noche la cosa cambiaba bastante. Ahí las carpetas, portátiles, gafas y demás se quedaban en la residencia y salíamos a conocernos mejor.
Entre caña y caña las relaciones se estrechaban. Los que hace una semana eran auténticos desconocidos pasan a ser compañeros de barra, de risas y de alguna que otra trastadilla. Todo muy inocente, que conste. El itinerario Pedrito-Café Central se convierte en un clásico diario de asistencia obligatoria. Bueno, y para los más valientes siempre había un paso por la sala de juntas con el saludo correspondiente a nuestro querido Sheriff.
Resumiendo a groso modo, el curso es de gran utilidad porque hace un repaso para asentar los conocimientos ya adquiridos y nos da una introducción a lo que veremos en el futuro. Por otra parte, forma un papel fundamental en algo incluso más importante que cualquier conocimiento que podamos adquirir: conocer a tus compañeros, esos a los que algún día cuando estemos en nuestros hospitales, frente a algún problema, podamos tirar de móvil en busca de una solución. Muchos nos veremos durante veinte-treinta años, o durante toda la vida. Algunos se convertirán en más que simples compañeros.
Nos iremos a nuestros hospitales con batallas que contar a nuestros futuros erres menores. Qué sería de Baeza sin las noches en el karaoke, nuestras conversaciones con el sheriff, la pana, la búsqueda desesperada de una gasolinera, el cubatita, la línea azul de aparcamiento, la sala de juntas… La lista es interminable. Al final llegas a la misma conclusión que tus erres mayores: ¡Baeza es muy grande!
Sin más que decir, simplemente daros las gracias a todos. En Tenerife tenéis un amigo.