Sumario:

Algunos meses después de mi llegada al Hospital Clínico de Granada como aprendiz de radiofísico en septiembre de 1990, recibimos en el servicio el documento “Chernóbil y la seguridad de los reactores nucleares en los países de la OCDE”, versión en español elaborada por el CSN del documento de igual título de la OCDE. En […]

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Algunos meses después de mi llegada al Hospital Clínico de Granada como aprendiz de radiofísico en septiembre de 1990, recibimos en el servicio el documento “Chernóbil y la seguridad de los reactores nucleares en los países de la OCDE”, versión en español elaborada por el CSN del documento de igual título de la OCDE. En su momento había seguido las noticias del suceso, pero la lectura de ese documento fue mi primer contacto profesional con el asunto. Luego vendrían más, especialmente la serie de informes UNSCEAR de estos casi 30 años, en todos los cuales Chernóbil ha dejado una huella considerable como una valiosa fuente de información sobre los efectos de la radiación.

Y es que aquel accidente es hoy, por calidad y cantidad, la segunda fuente de información más relevante sobre los efectos de la radiación ionizante en el ser humano, solo precedida por toda la extraída del seguimiento de la población superviviente de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y sus descendientes.

El interés por Chernóbil ha resucitado de forma sorpresiva en las últimas semanas, gracias a una magnífica miniserie de cinco capítulos emitida por el canal HBO. La serie es una conjunción extraordinaria de calidad en todos sus aspectos cinematográficos. Uno tiene la sensación de que nada falta y nada sobra en esas cinco horas, y la forma en que el relato se desarrolla es, desde el punto de vista dramático, un completo acierto, al situar al espectador en el asombro incrédulo en el que debieron vivir los personajes protagonistas desde el momento mismo de la explosión. Pero yo no soy experto en eso del “séptimo arte” y mejor dejo eso a algún colega del blog que sin duda tiene más conocimiento y sensibilidad en esos asuntos. Este post quiere tratar otros aspectos de la serie casi tan relevantes como los aspectos estéticos y dramáticos, tratándose de un hecho histórico: su fidelidad a la realidad (especialmente a ciertos elementos de la realidad que son materia de este blog). Y es que también en eso la serie resulta extraordinaria.

OJO: EN ADELANTE SE COMENTARÁN DETALLES DE LA SERIE, POR LO QUE SI NO QUIERES SER “SPOILEADO” NO SIGAS LEYENDO.

La producción es fiel en la ambientación de los aspectos cotidianos de la vida tras el telón de acero. Y no lo digo yo, que no la conocí ni siquiera como turista, sino personas que allí vivieron o viven y que así lo han destacado en opiniones publicadas sobre la serie y las muchas imágenes de TV que puedes encontrar en la red. Y lo es también en los aspectos políticos y burocráticos de aquel estado soviético, que se manifiestan en como esa maquinaria reaccionó al accidente. Lo sabemos por las grabaciones que el físico Valery Legasov, protagonista real y cinematográfico de esa historia, dejó sobre aquellos días. Es relativamente fácil encontrar en la red las trascripciones de esas grabaciones e incluso documentos sonoros (aunque de la autenticidad de estos es difícil estar seguro). Aquí y aquí puedes encontrar dos versiones de la transcripción de esas cintas al inglés (esta última compartida por @JosepRey_, sin sus subrayados)

Hay quien ve en la serie un feroz anticomunismo. Es posible (yo no lo veo, la máquina se presenta algo torpe, pero no inhumana), pero en realidad la crítica es extensible a todos los sistemas excesivamente burocratizados y desmotivadores, en los que la ausencia de meritocracia y el exceso de jerarquía anulan cualquier posibilidad de mejora (vaya, qué familiar resulta todo esto ¿no?, y sin haber vivido en la URSS). Lo que no hay, por más que se pretenda, es una demonización. Los ciudadanos de la URSS son presentados como gente sociable, disciplinada y respetuosa, preocupada por su conciudadanos, sus vecinos y sus hijos, humilde pero orgullosa de su país (tal vez no tanto de su gobierno, pero quien esté libre de pecado…), sensible a los dramas humanos, capaces de saltar las normas o hacer la vista gorda para ayudar a una esposa a compartir con su marido agonizante sus últimos días. En fin, como los seres humanos que son, con sus virtudes y defectos. Tampoco los mandos militares y políticos salen malparados. Son, salvo excepciones, gente inteligente, capaz, sometidos a los habituales conflictos del poder, pero profundamente preocupados por sus conciudadanos. Ni siquiera el «villano» de la historia se nos presenta sin un lado luminoso, aunque para ello haya que esperar hasta el final de la historia.

La serie es fiel en los aspectos históricos, en la secuencia de acontecimientos, sus protagonistas y sus actos. Hay mucha información sobre ello y la serie la respeta esencialmente. Por supuesto, hay concesiones dramáticas para dinamizar el relato o resaltar el dramatismo, pero ninguna de ellas es relevante para la credibilidad de la historia (salvo, tal vez, una que trataré en una nota al final del post). Y es fiel incluso visualmente, pues la serie reproduce (por supuesto en HD y pasada por el filtro estético del arte cinematográfico) las imágenes reales de aquel suceso, con su tono parduzco y colores mortecinos típicos de la imagen televisiva de la época. Puedes ver las comparaciones que se han publicado en Youtube de las que aquí te dejo una.

https://www.youtube.com/watch?v=P9GQtvUKtHA

En este documental de SkyNews se confronta el relato televisivo con declaraciones de los protagonistas o personas próximas a los hechos, y contiene imágenes de gran calidad.

https://youtu.be/Xw3SFOfbR84

Es fiel también en los aspectos técnicos del accidente. Tampoco soy experto en el funcionamiento de las centrales nucleares, pero he leído, y creo que entendido, los informes oficiales elaborados por los organismos internacionales. Puedes encontrar mucha información en la red, y una buena forma de empezar son los hilos que sobre el asunto han escrito @OperadorNuclear y @JosepRey_ (Josep ha hecho un «hilo de todos sus hilos» sobre el accidente). Hay algunos errores en la serie, pero varios son debidos a la traducción al español. Tampoco entraré en todo ello, puedes leer este post de @JosepRey_ o este otro (en inglés, pero merece la pena) en los que se resaltan también los errores, omisiones o licencias técnicas.

Y es fiel, a mi entender, por dos razones: la primera porque es relativamente fácil serlo (y difícil, casi estúpido, no serlo), dado que hoy toda la información oficial sobre esos aspectos está al alcance de cualquiera y la segunda, más importante si cabe, porque esa es precisamente la motivación de los creadores. “Chernobyl” no es una historia sobre catástrofes, no es una historia antinuclear ni pronuclear. Ni siquiera es un relato anticomunista. Es una historia sobre las personas y los sistemas políticos, sobre cómo puede el individuo integrarse en una sociedad, con sus requeridas disciplinas (máxime cuando se trata de una sociedad inmersa en una lucha por la prevalencia mundial) sin que su libertad y su propia moral se disuelvan sin más, como lágrimas en la lluvia, que diría el famoso androide cinematográfico. El accidente es el escenario, extremo, paradigmático, en el que ese conflicto se desarrolla en toda su tensión (y sí, ocurre en la URSS, pero hemos visto historias similares referidas a otros momentos y sistemas políticos).

Si “Chernobyl” es un alegato a la irredenta honestidad del individuo como única arma contra la dictadura de lo “políticamente correcto”, entonces la serie debe ser respetuosa con la verdad.

Y lo es, aun con sus sombras.

Inevitablemente hay concesiones al dramatismo, y allí donde la información no nos permite acceder a una verdad incuestionable, el guionista opta generalmente por la interpretación más emocional o el relato directo de los familiares de las víctimas y los supervivientes. Esto, siempre que no afecte a la esencia de los hechos, debe aceptarse como normal e incluso deseable, como una herramienta para mantener la atención del espectador y forzar su implicación en los acontecimientos. Por ejemplo, el «puente de la muerte» existe, está aquí, y desde luego, la vista sobre la central es privilegiada.

Pero en ningún documento sobre el accidente se habla explícitamente de irradiados en esa localización, menos aún de muertes. Es posible que aquella noche hubiera allí curiosos, o que solamente se trate de un mito relacionado con la existencia de un grupo de testigos del accidente algunos de los cuales no participaron en la extinción pero sí fueron víctimas, no necesariamente fallecidas, del accidente, tal como se menciona en el informe UNSCEAR de 1988 o en este artículo (referidos como «grupo 3»).

Pero si hay algún aspecto de la serie que ha merecido críticas más extensas y de fondo ha sido el relacionado con la aparatosa respuesta biológica a la irradiación. La serie no entra en valorar los efectos a largo plazo de las bajas dosis de radiación como las recibidas por los seiscientos mil implicados en la reparación (los liquidadores) o los más de cien mil evacuados y las muy bajas dosis de una región más extensa con millones de habitantes. Es normal, esos efectos (principalmente cáncer) difícilmente pueden ser objeto cinematográfico pues resulta imposible identificarlos en personas concretas y además su ocurrencia se pospone en el tiempo hasta años después del periodo temporal abarcado por la serie. Se hace mención a los mismos en forma de efectos previsibles o potenciales en boca de los científicos que participaron en la respuesta a la catástrofe, bien reales, como Legasov, o “simbólicos” como la doctora Jomiuk. Y sus valoraciones pueden ser un poco exageradas, pero dada la inexistencia de accidentes previos de esa magnitud y la imposibilidad de predecir el comportamiento del reactor y la dispersión de la contaminación, debió resultar muy complicado hacer una estimación precisa de las dosis a las que la población se expondría y sus consecuencias, y no resulta inverosímil que los científicos que participaron mantuvieran una posición pesimista al respecto y sobrevaloraran los efectos. No debemos obviar que uno de los aciertos de la serie es precisamente el relato “en tiempo real”, sin la luz que sobre los acontecimientos arrojaron explicaciones e informaciones surgidas meses o años después.

En esto de la radiobiología la serie se centra, especialmente, en los dramáticos efectos a corto plazo sufridos por los trabajadores de la central y los participantes en la inmediata respuesta de emergencia, y son estos los que han sido objeto de mayores críticas.

Y es difícil analizar su veracidad, pues los informes oficiales los describen de forma poco detallada, sin concesiones morbosas, lo que es normal por ser irrelevante para el objetivo de tales informes, que es establecer, en la medida de lo posible, la eficacia de las medidas terapéuticas y las relaciones dosis efecto. Por ello, la principal fuente de información sobre como esos efectos se manifestaron y evolucionaron son los testimonios de los profesionales que los atendieron y, en algún caso (como el del bombero Ignatenko), de sus familiares. Es cierto que no son “datos científicos”. De hecho son absolutamente excepcionales y puede que no deban considerarse ni tan siquiera como datos. Pero tenemos en los informes oficiales generados por la UNSCEAR sobre el accidente, y también en los elaborados por la ICRP (especialmente los números 59 sobre efectos en la piel y 118 dedicado a los efectos en tejidos y órganos) algunos datos que pueden ayudarnos a esclarecer el asunto de la verosimilitud de lo que la serie nos muestra.

Variación de la dosis media (en aire, sin protección) con la distancia, en Hiroshima y Nagasaki.
Distribución de dosis en la población irradiada en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.

El más relevante de estos datos es el nivel de exposición que aquellas personas sufrieron. Y es aquí donde todo lo que sabíamos, o creíamos saber hasta ese momento, de la respuesta biológica a la irradiación accidental, se nos muestra con toda su limitación. Las dosis integrales recibidas por ese reducido grupo de personas que recibieron el mayor impacto del accidente fueron en muchos casos superiores a aquellas recibidas por los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki. Puede resultar sorprendente, pero no lo es. La clave del asunto está en que la mortalidad en la población bombardeada en la zona de alta dosis fue muy elevada por la comorbilidad de todos los efectos de las explosiones: impacto mecánico, térmico y radiológico. Además, los daños en las infraestructuras y la limitación de recursos impidió una asistencia médica suficiente, lo que hizo que el síndrome de irradiación fuera letal incluso en sus fases menos severas. La gran mayoría de supervivientes recibieron dosis inferiores a 4 Gy, y solo estos sobrevivieron a largo plazo y fueron incluidos en el LSS.

Mapa de supervivientes. Cada punto representa a un superviviente y el color, la dosis de radiación recibida (los puntos grises son supervivientes para los cuales no se realizó estimación dosimétrica individual): rosa < 5 mSv; púrpura 5-100; azul 100-200; verde 200-500; amarillo 500-1000; naranja 1000-2000; rojo > 2000. Extraído de Ozasa K. et al. Japanese Legacy Cohorts: The Life Span Study Atomic Bomb Survivor Cohort and Survivors’ Offspring.
Número de víctimas de ARS, número de fallecimientos y fracción de mortalidad en función de la dosis en el accidente de Chernóbil

Hoy sabemos, en parte por Chernobil, que a dosis tan elevadas la respuesta del organismo, que conocemos como ARS (siglas de acute radiation syndrome, síndrome agudo de irradiación), es realmente “aparatosa” (como se ha calificado en algunos comentarios a la serie). El vómito puede aparecer en un intervalo de minutos. También en minutos puede ocurrir la pérdida de conciencia o aturdimiento, o la fiebre. Eran efectos conocidos, aunque no en esta forma tan aguda.

Pero en lo que Chernóbil supuso una situación absolutamente desconocida fue en lo relativo a la irradiación de la piel a muy altas dosis. En Chernóbil algunas de las personas implicadas estuvieron expuestas al contacto con gases, líquidos y partículas radiactivas con altas concentraciones de actividad. Esto produjo la irradiación por contacto muy próximo de la piel con partículas cargadas (principalmente electrones) poco penetrantes pero lo suficiente para irradiar una capa significativa de la dermis, lo que se conoce como “beta burns”. Se estima que estas personas recibieron entre 20 y 30 veces más dosis en piel que en el interior del cuerpo, lo que significa que recibieron dosis en piel de más de 400 Gy en la capa basal de la epidermis (lo que implica unos 150 Gy en el tejido y vasos subcutáneos) en un breve intervalo de tiempo (unas pocas horas). Y esto en regiones bastante extensas. Es posible que valores más altos se alcanzaran en zonas concretas de la piel. En ningún otro evento radiológico se han alcanzado esos niveles de dosis. Tampoco en Hiroshima y Nagasaki. Es muy difícil que una explosión nuclear implique contaminaciones y dosis superficiales tan elevadas. Ni siquiera en el incidente Castle Bravo (15 megatones) se alcanzaron esos valores (y se trataba hasta la fecha, posiblemente, de la mejor fuente de información sobre la quemadura por radiación). Aquí puedes ver el report publicado (y aquí uno más reciente con este y otros tests nucleares). Por cierto, Castle Bravo también merecería una película (pero no con Godzilla de protagonista).

Esquema de la irradiación sufrida por los pacientes del «cuarto grupo» del estudio de Barabanova et al. Se trata de los trabajadores de la central cuyas ropas se empaparon de emisores beta, formando una fuente gruesa y de alta actividad en contacto con la piel, que irradió también el rostro y cráneo desprotegidos (aquí hay una revisión reciente del mismo autor).
Resumen de los efectos observados en los irradiados agudos de Chernóbil (extraído de https://insights.ovid.com/crossref?an=00004032-200711000-00011)

La quemadura por radiación fue responsable exlusiva de la muerte de al menos 9 de las víctimas y la contribución principal a la muerte de otros 7. De hecho, algunas de las víctimas por quemadura habrían sobrevivido al ARS.

Estas altísimas dosis pueden implicar el eritema casi instantáneo e incluso la aparición casi inmediata de ampollas en pocos días, incluso en las primeras 24 horas para dosis por encima de 500 Gy. Que las zonas en las que estas ampollas aparecen sangren si no son inmediatamente preservadas y tratadas no es inverosímil. Los efectos al cabo de días de esas irradiaciones son muy graves, con necrosis muy extendidas e irresolubles, e incluye una aparatosa hemorragia subdérmica. Basta ver los efectos en la piel de irradiaciones médicas accidentales, con dosis muy inferiores y en extensiones mucho más limitadas, para hacerse una idea de cómo debieron ser las sufridas por aquellas personas. La representación de las lesiones que la serie hace, basada parcialmente en descripciones de protagonistas pero también en los datos de investigadores, puede estar algo exagerada, pero no es en modo alguno disparatada. Puedes ver fotografías de algunas de las víctimas de Chernóbil (no las más graves) en esta presentación o en esta de la IAEA. Hay más imágenes en al red, pero debemos andar con cuidado, pues muchas son «fake«. También esta referencia, sobre el accidente de Tokai-mura (o esta otra) puede ilustrar sobre la gravedad de los efectos a altas dosis (aunque incluso estas fueron menores que las implicadas en Chernóbil, y no superaron los 70 Gy)

Otro asunto muy criticado de la serie ha sido la presentación de esos trabajadores más irradiados como “apestados” por la radiación. No, no se trata de apestados, sino de contaminados. ¿Estaban contaminados aquellos trabajadores que actuaron durante las primeras horas del accidente? Por supuesto que lo estaban. Los trabajadores estuvieron expuestos a gases, líquidos y partículas contaminadas, y estos gases penetraron en sus vías respiratorias o a través de sus mucosas y heridas (algunos tenían heridas por causa mecánica, térmica o radiológica) y se distribuyeron por su organismo, principalmente la tiroides, que acumularía los isótopos de iodo, y los pulmones, pero también el resto de órganos. De hecho algunos de ellos fueron enterrados en ataúdes herméticos y bajo hormigón para evitar la contaminación. Las dosis que ellos mismos recibieron por esa causa fue en general pequeña, salvo en tiroides, pues no vivieron tiempo suficiente para acumular la dosis que los isótopos de vida más larga podrían haberles suministrado. Podemos leer lo que al respecto dice el informe UNSCEAR 1988 en su apartado 11 respecto a las actividades incorporadas:

“Internal dose values according to post-mortem measurements for 6 patients are shown in Table 2. The maximum amount of 137Cs and 134Cs incorporated activity was 7.4 MBq, except for two patients with extensive steam burns, which allowed intake of nuclides through the wound. The post-mortem dosimetry gave 40 and 80 MBq of 137Cs plus 134Cs, and 450 and 1,100 MBq of 131I, for these two patients, respectively. The whole-body internal doses in these two individuals from these nuclides were estimated as approximately 1 Sv and 2 Sv during the two to three weeks before they died, which are commensurable with their external gamma doses. This fact was taken into account during the interpretation of clinical data. Internal doses for other patients did not exceed 13% of the external irradiation doses.”

¿Eran esos niveles de contaminación (de varios milicurios) un riesgo para aquellos que los atendieron o que estuvieron cerca de ellos? No tal vez un riesgo extremo, pero sin duda significaban una fuente de irradiación significativa. Es difícil estimar las dosis de los trabajadores sanitarios, pero si estos cumplieron los protocolos establecidos (y todo indica que así fue) sus niveles de exposición debieron ser muy bajos y no implicar riesgo de ningún tipo.

Pero ¿qué decir de Lyudmilla Ignatenko, la esposa del bombero Vasili Ignatenko? Lyudmilla estaba embarazada en el momento del accidente y tuvo una hija, a término, tres meses después. La niña sobrevivió solo unas horas, su hígado y su corazón estaban enfermos. En la serie, se atribuye esta muerte a la radiación y se dice que la niña absorbió la radiactividad y salvó a la madre, tal como la propia protagonista cuenta en el libro “Voces de Chernóbil” de Svetlana Aleksiévich, autora galardonada con el Premio Nobel de Literatura ¿Fue esto lo que ocurrió? ¿Es siquiera posible?. Según el testimonio de Lyudmilla, ella permaneció junto a su marido (y sus compañeros) durante muchas horas desde casi su ingreso en Moscú, y mantuvo contacto físico: le besó, limpió sus heridas, le limpiaba la boca y el sangrado… si debemos o no creerla es lo de menos, aunque esto pueda tener un impacto en la estimación de las dosis recibidas por ella y su hija. Lo cierto es que, con toda la seguridad que hoy podemos tener, esa irradiación, que pudo suponer algunas decenas de mSv, no fue la causa de la muerte de su hija recién nacida. Ese embrión se irradió con 6 meses de desarrollo, no cabe esperar que una irradiación pudiera suponer una muerte perinatal en esa situación a menos que las dosis hubieran sido muy severas y el propio feto hubiera sufrido un ARS que la madre no padeció ¿Es el feto de esa edad más propenso a sufrir daños por radiación? Los datos indican que no, aunque no son concluyentes y no debe descartarse dado el mayor metabolismo del feto en crecimiento, lo que puede implicar una mayor radiosensibilidad y una mayor afinidad a capturar la contaminación radiactiva, especialmente la de sustancias requeridas por el desarrollo, como el yodo. Por otra parte, dada la baja prevalencia de la cardiopatía neonatal (del orden del 0.5%) y la aun menor de cirrosis, que hacen muy improbable la aparición simultánea de ambas, es una razonable tentación asociar el evento con la irradiación sufrida. Pero aun con esas consideraciones, atribuir esa muerte sería temerario y, por supuesto, la posible fracción de dosis y contaminación recibida por el feto no fue lo que salvó a su madre.

Pero ¿qué importa? La criticada afirmación no pretende ser “científica”. Se realiza en boca de la “simbólica” doctora Jomiuk. En la versión en español de la serie parece ser ella misma la que lo afirma, pero en el original inglés Jomiuk se refiere a lo que alguien (no se señala quien), le dijo a Lyudmila en el hospital donde dio a luz ¿Es verosímil que alguien en un hospital materno de 1986 le dijera tal cosa a la madre que acaba de perder a su hija? Me temo que por supuesto lo es. Es más, es verosímil incluso hoy día. Muchos profesionales sanitarios desconocen aun aspectos básicos de los efectos de la radiación en el organismo. Pero no es verosímil solo por desconocimiento. También desde una actitud “piadosa” pudo alguien pensar que el único consuelo posible para esa madre era que su hija fuera la “heroína” que le había salvado la vida. Que su muerte no había sido inútil… como no lo fueron las de aquellos que participaron en la respuesta de emergencia y posterior limpieza (que los hubo).

Por último, la muerte de Diatlov, jefe adjunto del reactor 4, ha sido otro aspecto polémico de la serie. En los créditos finales se afirma que murió por una enfermedad relacionada con la irradiación sufrida. Lo cierto es que Diatlov murió en diciembre de 1995 a causa de un fallo cardíaco y por ahora sigue sin figurar en la lista de víctimas. ¿Pudo este fallo estar relacionado con la irradiación?. La visión tradicional era que el fallo cardíaco no es un efecto de la irradiación a esas dosis. Pero esta visión es hoy puesta en duda con mucha evidencia contraria (ver figura siguiente), surgida de la revisión de los efectos no-cáncer del LSS (también aquí y aquí) y del propio estudio de los efectos a largo plazo en los trabajadores de las tareas de limpieza tras el accidente de Chernóbil.  Mucha información sobre los efectos cardiovasculares puede encontrarse en el citado ICRP Report 118. Diatlov recibió una dosis efectiva de 3.9 Sv y sufrió ARS en grado moderado. Hoy se estima que por cada sievert el riesgo de fallo cardíaco se incremente en un 20 %. Asumiendo una relación lineal (que es la más optimista interpretación, frente a la asunción de una dosis umbral que empeoraría la dependencia a altas dosis), Diatlov vio, al menos, duplicado su riesgo de sufrir un fallo cardiaco. Bueno, es una moneda lanzada al aire, pero ni mucho menos descartable. Si tenemos en cuenta que esos coeficientes de riesgo están siendo revisados al alza y que Diatlov había sufrido un accidente anterior en 1985 en el que recibió otros 2 Sv, tenemos que aceptar que ese infarto está, probablemente, relacionado con la radiación, y es posible que así se considere en un futuro.

Incremento de riesgo relativo para varias enfermedades cardiovasculares extraídos del estudio de supervivientes de Hiroshima y Nagasaki (https://doi.org/10.1177/0146645316629318)

Como vemos, Chernóbil (el accidente, no la serie) nos enseñó cosas muy relevantes de los efectos a largo plazo de la radiación, y no solo en enfermedades cardiovasculares y respiratorias, también en cáncer, donde todo parecía bien establecido. Una de estas lecciones que estamos aprendiendo es que la leucemia linfoblástica crónica, que se creía no radioinducida, tal vez lo sea. Esta forma de leucemia ha mostrado un importante incremento en la cohorte de liquidadores (puedes leerlo aquí y aquí) que hace necesario revisar, una vez más, nuestras ideas sobre este asunto tan complejo.

Comencé a ver “Chernobyl”, tras una conversación en el trabajo, cargado de prejuicios y esperando “desollarla”. Pero pronto ese prejuicio dio paso a la admiración. Me sorprendió, como a otros muchos con los que he hablado sobre el asunto, esa aparatosa presentación de los efectos de la radiación. Aunque verosímil, me resultaba chocante. Pero la fidelidad con la que estaban tratados otros aspectos me hizo dudar de mis propios “conocimientos” y me animó a releer toda la documentación de la que disponía sobre esos aspectos de la radiobiología que, por excesivamente extremos y excepcionales, no son en realidad tan conocidos por los profesionales.

La principal lección de Chernóbil, del accidente pero también de la serie, es que nos queda aun mucho por aprender (al menos a mí)… y ojalá no tengamos oportunidad de aprenderlo nunca.

NOTA FINAL: Sobre ese «error imperdonable» que apuntaba al principio. En la serie la decisión de evacuar Prypiat, a la que se negaba, es tomada por el ministro Scherbina, máximo responsable político en el accidente, solo cuando le comunican que una central nuclear sueca ha detectado la nube radiactiva y determinado que su origen es un reactor nuclear de la URSS. El asunto es polémico. La evacuación se decidió en la mañana del día 27 de abril, y comenzó a realizarse a las 14:00 de ese mismo día. No hay duda de esto. Lo que es menos claro es el momento en el que la central sueca de Forsmark detectó la fuga. En algunos sitios se menciona el día 28, seguramente debido a este artículo en Nature que no se refiere a Forsmark. Pero el propio informe UNSCEAR de 2008 en su anexo D asegura que la central sueca la detectó el día 27 (aunque no especifica la hora). En cualquier caso, es casi seguro que el estado soviético sabía que no podría ocultar el accidente, los científicos debieron advertirlo desde el primer momento, no necesitaban confirmación externa. Parece razonable pensar que la evacuación no se pospuso con la intención de ocultarlo, sino más bien con la de evitar una alarma “innecesaria» entre la población. En esto, la serie sucumbe a la famosa sentencia periodística: No dejes que la realidad te fastidie un buen titular.

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