¿Le habrían concedido el premio Nobel a Rosalind Franklin?
Sumario:
Rosalind Franklin, nacida en Londres en 1920, se graduó en la Universidad de Cambridge en 1941 y se doctoró allí mismo cuatro años más tarde, con una tesis titulada «La química-física de los coloides orgánicos sólidos con especial referencia al carbón». Tras concluir su tesis doctoral y gracias a la ayuda de Adrienne Weill, una […]
Rosalind Franklin, nacida en Londres en 1920, se graduó en la Universidad de Cambridge en 1941 y se doctoró allí mismo cuatro años más tarde, con una tesis titulada «La química-física de los coloides orgánicos sólidos con especial referencia al carbón». Tras concluir su tesis doctoral y gracias a la ayuda de Adrienne Weill, una refugiada francesa, estudiante de Marie Curie y a la que había conocido en Cambridge, consiguió una plaza postdoctoral en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado en París. Allí pasó tres años, desde febrero de 1947 hasta finales de 1950, en los que el director del laboratorio, Jacques Mering, la inició en los secretos de la cristalografía de rayos X y de su aplicación al estudio de sustancias amorfas, lo que a diferencia de lo que ocurría cuando esta técnica se utilizaba para analizar cristales regulares, suponía nuevos retos tanto en la realización de los experimentos como en la interpretación de los resultados.
De vuelta a Inglaterra, en enero de 1951 Rosalind empezó a trabajar como asociada de investigación en la Unidad de Biofísica del Consejo de Investigación Médica del King’s College de Londres. Allí trabajaban Maurice Wilkins y un estudiante suyo, Raymond Gosling, que desde mediados de 1950 habían analizado la molécula de ADN con difracción de rayos X. John Randall, director de la Unidad, había decidido poner al frente de estos trabajos de investigación a Franklin y asignarle también a ella la dirección de la tesis doctoral de Gosling, pero no informó a Wilkins, lo que provocó el primer encontronazo entre éste y Rosalind.
Poco después Franklin y Gosling descubrieron que las fibras de ADN se disponían en dos formas diferentes: una, la A, en la que esas fibras aparecían como cortas y gruesas y que era la que adoptaban cuando se encontraban secas; la otra, la B, aparecía cuando las fibras se encontraban húmedas, resultando entonces largas y delgadas. Para evitar trifulcas, Randall asignó las primeras a Franklin y las segundas a Wilkins. Y mientras que éste mantuvo casi desde el principio que su ADN-B tenía una estructura helicoidal, Franklin creía que eso no era así para ninguna de las dos formas. Sin embargo, en enero de 1953, la propia Rosalind se había convencido, sobre la base de los numerosos datos experimentales que había recolectado, que las dos formas del ADN tenían estructura de doble hélice. De hecho así parece figurar en sus notas de trabajo de aquella época y en dos artículos que se recibieron en la revista Acta Crystallographica a principios de marzo de 1953, en las mismas fechas en las que Crick y Watson completaron su famoso modelo para el ADN-B.
La segunda fuente de disputa entre Franklin y Wilkins fue la famosa «fotografía 51» que se muestra aquí. Al parecer Gosling (que fue quien la tomó bajo la supervisión de Franklin), se la mostró a Wilkins sin que esté totalmente claro si Franklin lo sabía o le había puesto a su estudiante algún impedimento al respecto. El caso es que Franklin se había enrolado en el Birkbeck College, también en Londres, a mitad de marzo de 1953, al parecer forzada a marcharse del King’s College por Randall y las malas relaciones que mantenía con Wilkins. Entonces Gosling volvió a trabajar con él y Wilkins mostró la famosa instantánea a Watson y Crick, por supuesto sin que Franklin lo supiera. El papel que realmente jugó esta imagen en el establecimiento de la estructura del ADN es uno de los temas de historia de la ciencia que más ha sido investigado. Sí que parece fuera de toda duda que el trabajo de Rosalind fue una pieza fundamental del rompecabezas. El mismo Crick, con el que siempre mantuvo una buena amistad, escribió en 1961 una carta al biólogo ferancés Jacques Monod en la que le decía que «No obstante, los datos que realmente nos ayudaron a obtener la estructura fueron principalmente obtenidos por Rosalind Franklin.» Por su parte, Watson, en su libro «La doble hélice», se muestra muy desconsiderado con ella (aunque trató de excusarse y arreglarlo en el epílogo).
Durante un viaje por Estados Unidos en 1956 se sintió enferma y de vuelta en Inglaterra la operaron y le estirparon dos tumores del abdomen. Se reincoporó al trabajo y produjo un número no despreciable de publicaciones. En marzo de 1958 volvió a sentirse mal y, lamentablemente, el 16 de abril de 1958 murió. Aunque es más que posible que la continuada utilización de rayos X en su trabajo tuviera algo que ver con su enfermedad, parece que existían además antecedentes familiares relevantes. Cuatro años después, en 1962, Crick, Watson y Wilkins recibieron el premio Nobel de Fisiología «por sus descubrimientos acerca de la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su significación para la transferencia de información en la materia viviente.»
Habiendo fallecido, es evidente que la comisión que concedió el premio Nobel del 62 no tuvo que plantearse controversia alguna sobre si Rosalind Franklin era merecedora o no del mismo. Pero creo que, de haber estado aún viva, no se lo habrían dado. Mis razones para pensar así son difíciles de explicar, de hecho puede incluso que no sean tales, sino tan sólo una impresión personal. Por ello, quizá lo mejor sea poner dos ejemplos de situaciones parecidas que corroboran con su resultado esa impresión que menciono.
El primero es Lise Meitner. Esta investigadora en física nuclear nació en Viena en 1878 y murió en 1968 en Cambridge. Estudió física en la Universidad de Viena donde se doctoró en 1905. Tras su tesis estuvo en Berlín, donde llegó a ser asistente de Planck y empezó a trabajar con el químico Otto Hahn con el que identificó varios isótopos. En 1922 decubrió el efecto Auger (que descubriera, independientemente, el francés Pierre Auger un año después). Con la ayuda de Hahn, escapó de Alemania en 1938, primero a Holanda y seguidamente a Suecia donde consiguió un puesto en el laboratorio de Siegbahn en Estocolmo y colaboró con Niels Bohr. Hahn siguió entonces trabajando con otro estudiante suyo, Hans Strassman, sobre la base de las técnicas que había desarrollado junto con Lise hasta su huida. De esos trabajos surgió el descubrimiento de la fisión nuclear, resultados de los que Hahn y Strassman mantenían puntualmente informada a Meitner. Y fueron precisamente ella y su sobrino, Otto Frisch, los que interpretaron correctamente esos resultados y dieron una explicación del proceso físico puesto en juego, basándose en el modelo de la gota líquida que unos años antes había desarrollado Gamow, von Weizsäcker, Heisenberg y Bohr. Hahn recibió el premio Nobel de Química en 1944 «por el descubrimiento de la fisión de los núcleos pesados.» A propósito de ello Lise escribió a una amiga: «Con seguridad Hahn merecía completamente el premio Nobel en Química. No hay duda al respecto. Pero creo que Otto Robert Frisch y yo contribuímos algo no insignificante a la aclaración del proceso de la fisión del uranio, cómo se origina y que produce tanta energía, y eso era algo muy remoto para Hahn.» No creo necesario aclarar que Meitner nunca fue galardonada con el Nobel. Muchos años después, en 2000, la Sociedad de Física Europea instauró el premio Lise Meitner a la excelencia en física nuclear en su honor.
El segundo ejemplo es seguramente mucho menos conocido. En 1974 los astrofísicos británicos Martin Ryle y Antony Hewish recibieron el premio Nobel de Física «por su investigación pionera en radio-astrofísica: Ryle por sus observaciones e invenciones, en particular la técnica de apertura-síntesis, y Hewish por su papel decisivo en el desubrimiento de los púlsares.» Al parecer no había nada que objetar en lo referente a Ryle, pero otro astrofísico inglés, Fred Hoyle, que fue el que en un programa de radio acuñó el término Big Bang para referirse al inicio del universo, alzó la voz para señalar que en realidad, la que había observado por vez primera los púlsares y los había analizado con precisión había sido Jocelyn Bell Burnell, una astrofísica norirlandesa, estudiante de doctorado de Hewish. Y fue gracias a que ella se mostró insistente en señalar las anomalías que aparecían en las observaciones por lo que Hewish, finalmente, admitió que, lo que él consideró desde un principio como un problema de ruido e interferencia de origen humano, correspondía en realidad a un nuevo tipo de objeto estelar. Bell Burnell dedicó toda su vida a la física y recibió varios premios, pero del Nobel quedó excluida. Estudiante y mujer: su suerte estaba echada. Este evento tuvo, además, un efecto colateral ya que Hoyle tampoco fue galardonado con el premio Nobel cuando en 1983 se lo concedieron a William Alfred Fowler «por sus estudios teóricos y experimentales de las reacciones nucleares de importancia en la formación de los elementos químicos en el Universo.» Fowler compartió el premio con otro astrofísico, Subrahmanyan Chandrasekhar, pero Hoyle, que había sido el «inventor» de la teoría de la nucleosíntesis en las estrellas, no los acompañó. Según parece sus críticas en el caso Bell Burnell tuvieron una cierta importancia en ello.
Quiero creer que la situación hoy día es otra. Pero, volviendo a la pregunta del título, y en lo que respecta a Rosalind Franklin, no, creo de verdad que no se lo habrían concedido.