El efecto Checklist

Sumario:

En los últimos años la comunicación de la ciencia se está extendido gracias a la labor constante y al entusiasmo de un número creciente científicos, persuadidos de su responsabilidad social y de la necesidad de concienciar a los ciudadanos del valor de la ciencia. Aunque aún son minoría, me está resultando grato descubrir también a […]

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En los últimos años la comunicación de la ciencia se está extendido gracias a la labor constante y al entusiasmo de un número creciente científicos, persuadidos de su responsabilidad social y de la necesidad de concienciar a los ciudadanos del valor de la ciencia. Aunque aún son minoría, me está resultando grato descubrir también a médicos y profesionales de la salud que traspasan las barreras de sus especialidades y se animan a comunicarse con una audiencia más amplia. Incluso algunos consiguen que su mensaje llegue a tener eco en todo el mundo. Un ejemplo notable es el médico norteamericano Atul Gawande quien, además de trabajar como cirujano en el Brigham and Women’s Hospital, colabora desde 1998 con la revista The New Yorker. También es autor de cuatro bestsellers que, aunque se centran en la profesión médica, van aún mucho más allá y de los que se pueden extraer ideas y enseñanzas para múltiples ámbitos.

En concreto yo acabo de terminar de leer el tercero de ellos, «The Checklist Manifiesto», que se ha traducido al castellano como “El efecto Checklist”. Es un libro que cautiva desde la primera página y se lee prácticamente de un tirón. Sin embargo, no es lectura para pasar el rato. Según avanzan los capítulos, comienzas a analizar tu propio trabajo y la forma que tenemos de organizar nuestras tareas y rutinas. Es imposible que deje indiferente a nadie. Además nos ofrece herramientas para cambiar y mejorar, de una forma directa y personal, con el estilo característico de los estadounidenses.

Ya desde la introducción, Gawande nos presenta lo que constituye un gran problema en  nuestra sociedad moderna: el fracaso.

Explica que uno de los motivos por los que fracasamos en lo que nos proponemos es porque hay algunas cosas que están por encima de nuestras capacidades, y es que no somos todopoderosos ni tenemos el don de la omnisciencia. Sin embargo, también hay muchas veces en las que el control está a nuestro alcance y entonces sólo hay dos motivos por los que, a pesar de todo, podemos fracasar. El primer motivo es la ignorancia (cometemos errores porque no sabemos lo suficiente) y el segundo es la ineptitud (cometemos errores porque no aplicamos correctamente lo que sabemos).

En los últimos años ha cambiado mucho la relación entre ignorancia e ineptitud. Hasta hace muy pocas décadas las vidas de los seres humanos han estado regidas principalmente por la ignorancia, pero hoy en día la ciencia ha desarrollado el conocimiento suficiente como para convertir la lucha contra la ineptitud en algo tan importante como superar la ignorancia. En la actualidad nos enfrentamos a situaciones muy complejas y, a pesar de los grandes esfuerzos realizados, de la experiencia, formación y capacidades individuales asombrosas, los fallos persisten.

El autor defiende que necesitamos una nueva estrategia para superar el fracaso, una estrategia basada en la experiencia y que aproveche el conocimiento que se posee, pero que a la vez compense nuestras inevitables insuficiencias humanas. Y, para terminar la introducción, nos adelanta que dicha estrategia existe y es, aunque parezca ridículo,… una lista de comprobación.

En los siguientes capítulos Atul Gawande nos cuenta cómo se empieza a interesar por las listas de comprobación al darse cuenta del potencial que tienen para conseguir su objetivo: reducir los fracasos en los quirófanos. Para ello sale del hospital y se encuentra con historias fascinantes de profesionales que las utilizan. Visita a los pilotos de Boeing en su sala de simulación, recorre con un ingeniero un edificio de catorce plantas que se está construyendo al lado de su hospital, habla con la chef de uno de los restaurantes de Boston más exitosos y también con uno de los mayores inversores del mundo. El secreto de su éxito es que todos ellos, a pesar de tener profesiones muy diferentes, comparten un elemento común: las listas de comprobación como herramienta imprescindible en su trabajo diario.

Al ir leyendo cada una de las historias (contadas con ese estilo suyo muy americano), me di cuenta enseguida de que el propósito de las listas de comprobación no es limitarse a rellenar casillas en una hoja. Las listas de comprobación exigen una disciplina individual, ayudan a aumentar el nivel de comunicación, a romper barreras entre los disintos profesionales y, sobre todo, a trabajar mejor en equipo. Es increíble todo lo que puede conseguirse con una simple lista de comprobación. Sin embargo las listas de comprobación no nos gustan. Reconozcámoslo. Exigen constancia, minuciosidad y no son divertidas. En nuestra cultura se admira a las personas atrevidas, audaces, aquellas que improvisan y que, por supuesto, no se rigen por protocolos y menos aún por listas de comprobación. Parece que la creatividad y el éxito están reñidos con la disciplina y el método. Valoramos más al estudiante vago que saca buenas notas sin esforzarse que al aplicado y responsable. Valoramos más lo novedoso y lo emocionante que el ser riguroso y prestar atención continua a los detalles. No estamos hechos para la disciplina y el método. Y es que requieren esfuerzo, firmeza, repetición, volver una y otra vez sobre detalles que parecen distraernos y retrasarnos en llegar a lo “realmente importante”. No nos gusta que nos recuerden lo obvio, porque parece que nos estamos rebajando por debajo de nuestra competencia.

Hoy en día en la Radioterapia, como en muchas otras ramas de la Medicina y en otros campos profesionales, la tecnología juega un papel cada vez más protagonista. Y, como reflexionaba Rafa Arrans hace unos meses, todos nos dejamos seducir por «la última guaracha tecnológica”. Deseamos trabajar con los mejores equipos, con cada vez más prestaciones, con mejores tolerancias y que permiten tratamientos cada vez más precisos. Sin embargo hay muchas cosas que la tecnología es incapaz de hacer: manejar la incertidumbre, tomar una decisión ante un imprevisto, reaccionar ante un incidente… Y es que no basta con tener las mejores máquinas, ni siquiera es suficiente con estar muy bien formado y ser un gran profesional.

Este punto es lo que me ha dado más que pensar a medida que avanzaba con el libro: para lograr la excelencia nuestro objetivo final no debe ser sólo optimizar cada una de las partes (comprar buenos equipos, ir a congresos, asistir a cursos y estar al día de las últimas publicaciones, que por supuesto que es importante), sino que tenemos que aspirar a que todo el conjunto de componentes que conforman un servicio, tecnológicos y humanos, se combinen de forma eficaz. Que cada uno de los profesionales seamos capaces de optimizar nuestra parte es sólo condición necesaria para el buen funcionamiento del servicio, siendo fundamental que además todas ellas estén bien ensambladas y trabajen como un todo.

No es fácil, claro que no. Cuesta mucho ser disciplinado, metódico, constante y trabajar bien en equipo. Pero como insiste Atul Gawande en muchas ocasiones, ante la complejidad con la que nos enfrentamos, no nos queda otra opción que elevar nuestro nivel de exigencia. Es el momento de probar algo distinto. ¿Qué tal probar una lista de comprobación?

Nota: Si alguna de las personas que ha leído estas líneas trabaja con listas de comprobación, estaría muy bien que compartiera su experiencia. Seguro que nos ratifica que hacer una buena lista de comprobación y hacer que funcione no es tan fácil como parece en un principio.

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