Diario de una residente de Radiofísica (2 de octubre de 2015)
Sumario:
Viernes 2 de Octubre de 2015. Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona El periodo de vacaciones es un tiempo tranquilo para la pequeña del servicio en el hospital. Los demás residentes y adjuntos aparecen y desaparecen escalonadamente desde julio hasta septiembre y, aunque los tratamientos no pueden permitirse el lujo de parar […]
Viernes 2 de Octubre de 2015. Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona
El periodo de vacaciones es un tiempo tranquilo para la pequeña del servicio en el hospital. Los demás residentes y adjuntos aparecen y desaparecen escalonadamente desde julio hasta septiembre y, aunque los tratamientos no pueden permitirse el lujo de parar y las guardias se multiplican, eso parece no afectar en nada al nivel de estrés de una recién llegada R1. Traduciendo: hay menos adjuntos y los pocos que quedan van de trabajo hasta las cejas, así que si una quiere que le manden trabajo lo tiene que buscar a conciencia.
En ese intento a la desesperada de buscar algo que me liberara de la pura y clásica lectura me ofrecí para hacer algo que sabía que tarde o temprano me tocaría hacer: comprobar la estabilidad de las cámaras de ionización.
La complejidad conceptual asociada al asunto no es que sea de gran nivel; básicamente se trata de poner una cámara de ionización cerca de una fuente radioactiva de actividad conocida, esperar unos diez minutos y comprobar que cada cámara y cada electrómetro te dan el valor que se esperaba.
Uno no es consciente del número de cámaras y electrómetros que hay en el hospital hasta que le mandan a comprobar la estabilidad, y os aseguro que la ignorancia en este caso sí es la felicidad. Porque ya os podéis imaginar mi cara de alegría cuando me informaron de mi siguiente cometido, que me alejaba de los libros por lo que yo supondría que iban a ser unas horitas. ¿Horitas? Hice un cálculo aproximado al ver lo que me esperaba y contando el número de cámaras, la repetición de las medidas y el tiempo que se tardaba en cambiar el montaje me salió el cuento de la vieja a unas 16 horas. Eso, evidentemente, sin contar el rato perdido esperando a que el electrómetro decidiese funcionar bajo la bochornosa humedad del agosto barcelonés.
Pero aunque bajo la máscara de física más o menos teórica a la que no se supone que le ha de gustar jugar con electrómetros, porque, eso lo sabemos todos, sólo les gusta a los ingenieros, he de reconocer que me resultó agradable. Pasar muchos ratos sola en el laboratorio, a mi ritmo, leyendo algo entre medida y medida y aprovechando para manejar un poco las cámaras con visitas esporádicas no estuvo nada mal.
Después de acabar las medidas, y con un par de canas de más (vale exagero, solo fueron tres días pero si todo lo que cuento aquí fuese la verdad esto sería un tostón), me informaron de mi nuevo cometido. Descifrar, entender y aplicar el TRS-398 para los distintos haces que tenemos en el hospital.
Para otros ignorantes como yo, el TRS-398 es una guía que indica, paso a paso, el modelo a seguir para determinar la dosis absorbida en agua para diferentes haces de radiación (desde fotones de baja energía a iones pesados). Se supone que todo radiofísico que se precie debe dominar a la perfección los entresijos de su exquisita literatura y yo no iba a ser menos. Además, en Sant Pau tenemos el lujo de disponer de uno de los aceleradores libre algunas mañanas, así que todos los residentes no sólo leemos el TRS398, sino que lo aplicamos con todos los haces disponibles (incluidos fotones de energías medias y bajas con una Therapax que, aún sin serlo, parece sacada de una película de los años sesenta)
Así que a ello me puse. Empezando por los fotones de alta energía me estudié el TRS398, me preparé mis estupendas hojas Excel para recoger los datos y, cuando lo tuve todo listo, a medir que me fui.
Cuando acabé con los fotones y me tocaba empezar con los electrones llegó septiembre y, con él, empezó mi rotación por el servicio de Radiodiagnóstico del hospital. Me esperaba un mes rodeada de médicos, pero estaba casi segura de poder aguantarlo.
El primer día ya descubrí que ver punciones, sangre o huesos sacados de un humano perfectamente consciente no es lo mío y que, cada vez que veía a los residentes de medicina que rondaban por ahí dirigirse en tropel a un TC determinado con los ojos brillantes de la emoción, significaba que era mejor para mí correr en dirección contraria para evitar el espectáculo. Otra alternativa (para aquellos poco fans de lo gore) es centrarse en lo que aparece por pantalla.
Durante la rotación pasé una semana en cada departamento del servicio, dividido en sistema músculo-esquelético, tórax, abdomen y neuroradiología. La mayor parte del tiempo la pasaba con los radiólogos (más bien con sus residentes, que ya eran capaces de enseñarme más anatomía de la que nunca seré capaz de aprender). Otros ratos me escapaba con los técnicos a alguno de los TC o a las resonancias para ver cómo las hacían, los protocolos que usaban… Ver la aplicación diaria de las máquinas que revisas, cómo sigue el trabajo que has hecho hasta llegar a los pacientes y al diagnóstico o la rutina de trabajo de los radiólogos es algo que merece mucho la pena y que hace que te sientas una (pequeña, pero no por ello menos importante) parte de esa gran cadena de personas que hacen posible el funcionamiento global de un hospital. Infiltrarme en los distintos servicios que se conectan directamente con la Radiofísica no solo me permite tener una idea más global de mi profesión, sino también comprender el alcance de las acciones que llevamos a cabo y todos los ámbitos en los que es importante seguir tratando de mejorar.
La anatomía, términos médicos, enfermedades, modos de adquisición de imágenes o tipos de contraste que he aprendido a nombrar y diferenciar serían demasiados para añadirlos por aquí, pero haber descubierto que todos tenemos una zona en el cerebro llamada putamen me parece, por lo menos, digno de mencionar.