Edith Stoney, científica guerrera y pionera de la física médica.
Sumario:
Hace justo un siglo empezó la Primera Guerra Mundial, uno de los conflictos bélicos más devastadores de la historia de la humanidad. En los cuatro años que duró hubo destrucción, horror, sufrimiento y miles de muertes, aunque también muchas personas que dieron lo mejor de sí mismas para contribuir a paliar en la medida de […]
Hace justo un siglo empezó la Primera Guerra Mundial, uno de los conflictos bélicos más devastadores de la historia de la humanidad. En los cuatro años que duró hubo destrucción, horror, sufrimiento y miles de muertes, aunque también muchas personas que dieron lo mejor de sí mismas para contribuir a paliar en la medida de sus posibilidades tanto dolor. Y éste fue el caso de Edith Stoney, una mujer anónima para la mayoría del mundo, pero que con su entrega y valentía llevó sus conocimientos de física médica a la primera línea de batalla.
Edith Stoney nació en Dublín en 1869 dentro de una familia de científicos. Su padre, G. Johnstone Stoney, un físico muy eminente, acuñó en 1891 el término electrón como “la unidad fundamental de electricidad” cuatro años antes de que J.J. Thomson demostrara experimentalmente su existencia. Su hermana Florence fue una médico radióloga galardonada con el OBE (Order of the British Empire) y tuvo también un hermano ingeniero y un primo físico, ambos miembros de la Royal Society. Se dice que también estaba lejanamente emparentada con Alan Turing, el padre de la informática.
Desde muy pequeña Edith demostró un talento especial para las matemáticas y con 24 años consiguió una beca en el “Newnham College” de Cambridge, aunque no llegó a graduarse porque las mujeres estaban excluidas, situación que se mantuvo durante aún 50 años más. Llevó a cabo junto a Charles Parsons, el inventor de la turbina de vapor, cálculos muy complejos de turbinas y después estuvo varios años enseñando matemáticas en la universidad femenina de Cheltenham (Inglaterra). En 1899 Edith consiguió una plaza de profesora de física en el Colegio de Medicina para Mujeres de Londres, donde su hermana Florence estudiaba radiología. Allí las dos hermanas pusieron en marcha un equipo de rayos X en el departamento de electricidad, lo que, aunque entonces lo desconocía, le sería de gran utilidad en los próximos años. Durante esa época Edith apoyó de forma muy activa el movimiento del sufragio de las mujeres, aunque también se opuso públicamente a la violencia con la que el movimiento actuó después.
El 4 de agosto de 1914, el mismo día que Gran Bretaña se declaró en guerra, las dos hermanas Stoney se ofrecieron voluntarias a la Cruz Roja inglesa para dar servicio radiológico a las tropas europeas. No se les permitió alistarse por ser mujeres. A finales de ese mismo año Edith contactó con el Hospital Escocés de Mujeres, con el que colaboraría fuera de Inglaterra durante los siguientes cuatro años. La primera tarea que le fue encomendada fue poner en marcha y dirigir las instalaciones de rayos X de un hospital de batalla en Troyes (Francia). Allí estableció la técnica estereoscópica para localizar balas y metralla y fue también la primera en introducir el uso de rayos X para el diagnóstico de la gangrena gaseosa, ya que la presencia de gas era la señal de la necesidad de amputación del miembro afectado a fin de poder salvar la vida del herido.
Aunque Edith se encontraba ya muy entrada en los cuarenta y había pasado toda su carrera como profesora de matemáticas y de física, unos meses trabajando con heridos de guerra en primera línea de batalla en unas condiciones muy duras y con jornadas laborales interminables, no hicieron más que fortalecer su carácter y darle un sentido más profundo a su vida como persona comprometida y cuyos conocimientos tenían mucho que aportar.
A finales de ese mismo año, bajo la amenaza del frente que avanzaba, la ciudad fue evacuada y la unidad fue enviada a Serbia. Su miedo era que allí no tuvieran suministro eléctrico y que por tanto sus equipos de rayos no funcionaran. Solicitó un generador que le fue denegado, pero en una visita a París se “encontró” con una dinamo y haciendo uso, según sus palabras, “de la mala reputación de la sangre irlandesa que corría por sus venas” se hizo con ella, porque “a fin de cuentas, la guerra no está hecha para la honestidad”. Con ella volvió a poner en marcha en Serbia un departamento de rayos X que atendía diariamente a muchos pacientes. También consiguió una furgoneta dotada de un equipo de rayos X portátil que ella misma conducía por toda la región de Salónica.
En octubre de 1917 Edith fue enviada de vuelta al norte de Francia para dirigir los departamentos de rayos X de los hospitales de Royaumont y Villers Cotterets. Durante los últimos meses de la guerra la lucha se intensificó en la zona y hubo un gran incremento de la carga de trabajo. Además, ante la escasez de placas radiográficas y la urgencia de los diagnósticos, se vieron obligados a utilizar fundamentalmente la fluoroscopia que hizo que mucho del personal que trabajaba con Edith tuviera graves quemaduras radioinducidas.
Los compañeros de Edith de aquella época la describían de esta manera: “Uniforme gris, pelo gris, ojos azul pálido, siempre concentrada en su trabajo, sin amigos especiales, sin otros intereses, dentro y fuera de las salas de rayos X y de las de revelado siempre como una polilla” o de esta otra: «Una científica competente, un mero fantasma de mujer, pero su resistencia física parecía ser infinita; ella podía cargar con un montón de equipos pesados, reparar cables eléctricos sentada a horcajadas en el tejado en medio de un vendaval y trabajar sin descanso llevando una dieta a todas luces insuficiente”.
Y es que, trabajadora infatigable y luchadora muy entregada, esperaba también de sus colegas una respuesta consecuente a sus propias altas normas de compromiso y rendimiento. A menudo se molestaba ante la falta de profesionalidad y muchas veces era ninguneada por no tener cualificación médica, a pesar de sus cuatro títulos universitarios y sus años de experiencia trabajando en el ámbito hospitalario.
Al terminar la guerra, volvió a Inglaterra donde se dedicó a dar clases de Física en el “King´s College for Women” hasta 1925. Tras retirarse viajó mucho, porque era una amante de la aventura a la que le encantaba conducir y andar en bicicleta. En 1934 se dirigió a la Federación Australiana de Mujeres Universitarias en Adelaida para hablar del papel de la Mujer en la Ingeniería y remarcó especialmente la contribución de las mujeres trabajadoras durante la Guerra. Periódicos de esa época la describen “caminando con un palo, con su cabello plateado y dulces ojos azules, pequeña y ligera, hasta el punto de la fragilidad, parece que se hubiera dedicado toda su vida al estudio de la literatura celta”.
Edith Stoney murió el 25 de junio de 1938. Fue una mujer austera y muy dura que mostró una gran valentía y mucha imaginación para aplicar sus conocimientos de física a la atención clínica en primera línea de batalla. Además fue una firme defensora de la educación para las mujeres y pasó gran parte de su vida dedicada a conseguir oportunidades científicas y profesionales para ellas. Legó dos fondos, uno para permitir a mujeres universitarias que investigaran en el extranjero y otro para que las mujeres graduadas en física entraran en la formación médica.
En un momento en el que la física médica estaba sólo empezando a definirse como profesión, Edith Stoney merece ser destacada como una de sus más grandes pioneras.
Bibliografía:
-Edith (1869-1938) and Florence (1870-1932) Stoney, two Irish sisters and their contribution to radiology during the World War I Journal of Medical Biography 2013; 21: 1000-1007
–http://www.ipem.ac.uk/Portals/0/Documents/Publications/SCOPE/SCOPE_DEC2013_LR.pdf
PD: Mientras escribía la historia de Edith Stoney me di cuenta de que ella y Marie Curie coincidieron en Francia en las mismas fechas durante la I Guerra Mundial. Jugué a imaginarme que las dos incluso pudieron llegar a conocerse en París, aunque no he encontrado ningún dato que me indique que fuera así. Sin embargo, ha sido una sorpresa para mí descubrir la labor tan impresionante que Marie Curie hizo durante la guerra junto con su hija Irène. Os recomiendo leer un post precioso que escribió Laura Morrón hace dos años, «Físicas en el frente». En él se habla además de otra científica guerrera, Lise Meitner, que también usó los rayos X para, en palabras de Marie Curie, «salvar la vida de muchos soldados heridos y librarles a muchos otros de un largo sufrimiento».